Tejiendo en la distancia – 2. Amalia Arrieta

Previamente:

Tejiendo en la distancia – 1. El encuentro  desde El Café de Nicanor

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Amalia Arrieta

Amalia era la señorita de la casa Arrieta y su padre era el amo del ingenio La Adorada. Tenía 17 años y había llegado de Matanzas hacía 3 días. Su madre murió cuando ella era una bebé y desde entonces pasaba temporadas muy largas en la casa de su tía. Solo regresaba al lado de su padre unos escasos meses al año a visitarlo pero esta vez sería definitivo. El padre ya había hecho todos los arreglos para una boda con el hijo de un hacendado poderoso de la zona.

En casa de su padre todos estaban preocupados pues Amalia había llegado demacrada, cambiada; su humor no era el mismo y nada la hacía salir de su cama. Tomasa, una liberta anciana pero fuerte y serena aún, se hacía cargo de Amalia pues le guardaba un aprecio inigualable a su difunta madre, quien la liberó tantos años atrás. Tomasa cuidaba de la rubia muchacha como si fuera el fruto de su propio vientre y aunque nunca hacía preguntas, su olfato de mujer vieja la tenía sobre la pista de lo que estaba sucediendo.

Amalia tenía, sin embargo, una criada que se crió prácticamente con ella y tenía su edad. Clara no se separaba de ella ni un instante y evidentemente le guardaba todos sus secretos. Aquella tarde mientras Tomasa preparaba la comida que intentaría hacer comer a su joven ama, Clara se escabulló como si de una delincuente se tratase, en la habitación de Amalia, llevando un bulto blanco entre sus brazos.

– ¡No te lo lleves Clara, por favor, no te lo lleves! – suplicó la muchacha entre llantos y ademanes por agarrar el bulto.

– Señorita, esto es lo mejor, no puede quedárselo – le dijo Clara y le puso el bulto en la cama y así Amalia pudo acercar su rostro y mirar dentro del brollo de telas. No pudo contenerse y se volteó en la cama casi dando gritos. Clara recogió el amasijo rápidamente y se escabulló nuevamente dejando a su ama sufriendo.

La mulatica no regresó hasta casi el amanecer y se metió sigilosamente al cuarto donde la señorita dormía ya.

Continuación:

Tejiendo en la distancia – 3. Una apuesta arriesgada  El Café de Nicanor

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