¿Leones? Esas son cosas de tu abuela!
El abuelo Pepe
Mi abuelita es lo más lindo que yo tengo en la vida; creo que ya lo he dicho antes. Una de las razones, entre muchas, es que mi abuela siempre fue muy creativa conmigo. Gracias a mi abuela yo puedo decir que crecí llena de historias, de fantasías y personajes mágicos. Ella, con su dulce hacer, formó a la mujer sensible e imaginativa que soy.
Cualquier madre o abuela, cuando los niños no quieren comer, le dicen que la cuchara es un avioncito y cosas así. Mi abuela me regaló dos gigantes que viven en un castillo; uno que come monedas y otro que no se llena nunca. Ella nos llevaba a mi primo Raulito y a mi al Museo de Ciencias Naturales, cuando estaba en el ala oeste del Capitolio y nos decía que no tocáramos nada y yo, chiquitica y del mamey, cuando apenas comenzaba a caminar y hablar, le decía a mi primo, muy seria: «Agüito, manito atrá». También nos llevaba caminando desde la Virgen del Camino hasta la casa en San Francisco pues siempre ha sido una caminante incansable.
Mi abuelita estaba casada con el abuelo Pepe cuando yo nací. El abuelo Pepe no era mi abuelo, mi verdadero abuelo murió cuando mi mamá era pequeña pero el abuelo Pepe llegó después de muchos años. Lo recuerdo vagamente pero sé que era un mulato de cara dulce y cabello cano – siempre tuvo canas, en mi recuerdo nació siendo viejo. Era muy bueno y yo lo quería mucho pero eventualmente la relación terminó y el abuelo Pepe se fue.
Yo tenía como 3 o 4 años solamente pero lo extrañaba mucho y me resultaba muy raro que mi abuelo no estuviera más. Todos los días le preguntaba a mi abuela «¿y el abuelo Pepe?» y mi abuela me inventaba excusas simples de abuelas simples pero yo no me quedaba convencida. Así le preguntaba casi a diario, dos y tres veces por día y mi abuela seguía dándome respuestas que todas las demás abuelas usaban para tranquilizar a sus nietos y yo seguía, insistente.
Un día mi abuela me llevó al zoológico y justo en frente del foso de los leones regresó la pregunta, «abuela, ¿dónde está el abuelo Pepe?» y supongo que le colmé la paciencia pues mi abuela siempre dulce me soltó un «¡No me preguntes más por el abuelo Pepe, niña! ¡Mira, al abuelo Pepe se lo comieron los leones!» que me dejó de piedra. En ese momento comencé a llorar y la tomé con un león flaco y mudo que descansaba. «León malo, ¿por qué te comiste a mi abuelo Pepe?» pero no se habló más del tema.
Supongo que aquella respuesta, digna de mi abuelita, satisfizo mi curiosidad y como niña al fin, nunca más pregunté por el abuelo Pepe pues mi abuela me convenció. Tampoco lo lloré más pues los niños olvidan rápido y nunca se me ocurrió que aquello fuera algo malo.
Entonces un día, a mis catorce años, golpearon la puerta en mi casita de San Francisco de Paula. Ya mi papá se había ido y mi abuela vivía en La Víbora. Cuando abrí la puerta, un anciano mulato de cara dulce y cabello cano que me resultó muy familiar me miró con una sonrisa amplia en los labios. Mi mamá que estaba conmigo lo saludó efusiva y luego de besos y abrazos me dijo, «niña, es el abuelo Pepe» y yo, automáticamente y como si destapara un corcho apretado le dije: «¿el abuelo Pepe? ¡Pero si a ti te comieron los leones!»
El abuelo Pepe se echó a reír a carcajadas y me dijo: «¿Leones? Esas son cosas de tu abuela.»
Ese día hablamos mucho y fue muy lindo. Desafortunadamente el abuelo Pepe estaba enfermo de cáncer y murió poco después; nunca lo vi después de aquel día.
Ya mi abuelita no es la misma. A sus 73 años es mucho lo que recuerda pero también lo que olvida o confunde y hace las mismas historias una y otra vez como si ya no las supiéramos. Pero esa viejita de piel de pasa y ojos húmedos es lo más lindo que tengo y gracias a esas cosas suyas siempre tendré historias que hacerles a mis niños, cuando lleguen.
Por eso, si a algo debo agradecer este día de gringos es a mi abuela y a la vida por regalármela. No todo el mundo tiene una abuelita dueña de gigantes que hacen a los niños comerse toda papa y de leones que se comen a los abuelos cuando se portan mal.