Desde que uno es chiquito conoce algún que otro miope o cegato, los que usan fondo de botellas por espejuelos. Es normal conocer niños miopes. También es normal conocer adultos y, enteramente, personas mayores que tampoco ven y usan espejuelos, usualmente bifocales pues no ven ni de cerca ni de lejos.
Lo que no es normal es levantarse un día, a los 27 años, con una migraña rabiosa y que el oftalmólogo te diga que te has convertido en miope en menos de un año. Por eso es tan difícil hacerme a la idea de que tengo que andar con los malditos espejuelos para todos lados y a todas horas.
Me siento como una vieja antes de tiempo. Coño, tengo 27 años y todo en mí se corresponde a esa edad. Mi cuerpo está perfecto, mi mente súper activa, mi salud muy bien y mi energía, formidable. Los ojos son los que me traicionan y es insoportable.
Por supuesto, dejo los lentes regados donde quiera pues me los quito para besar a mi marido y que no se me engrasen o caigan y los dejo ahí mismo. Luego, no porque esté senil sino, porque no tengo costumbre, ni puta idea de dónde se me quedaron. Se siente frustrante salir a la calle y que me den mareos constantes si no los llevo o se me pongan blancos por la condensación si los traigo puestos.
Supongo que el único beneficio de todo esto es que, cuando realmente sea una vieja, tendré más tranquilidad para enfocarme en los pellejos caídos, canas y otros achaques, sin tener que tener que preocuparme por perder la visión pues ya voy a estar acostumbrada a ser una vieja ciega.