
Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
Poema 1 – Pablo Neruda
Cuando la conoció le pareció una mujercita normal, medio aniñada, nada del otro mundo. Su hermano le había comentado lo muy enamorado que estaba y lo inteligente que era ella. No habían hablado mucho. Él solo estaba parando en la casa de ellos por una temporada, luego de su divorcio había quedado mal parado y tenía que arreglar algunas cosas antes de irse a vivir solo nuevamente.
Ella lo acogió como si fuera su hermano propio de hecho, lo mimaba bastante. Cocinaba lo que le gustaba, le llevaba el desayuno a la cama, le tenía siempre la ropa limpia y planchada. Su hermano llegó incluso a decirle en broma que le estaba robando la mujer. Todos rieron a carcajadas. Nada cambió, ¿o si?
Una noche llegó del trabajo y la casa estaba desierta, o eso pensó él. Se sirvió una copa de vino y se sentó a ver la televisión por un rato. Bebió varias, hasta que se mareó un poco y se dispuso a ir a la cama. Se sentía nostálgico, extrañaba a su mujer. Odiaba a la muy puta pero igual la extrañaba. Tenía deseos de agarrarla del pelo y cogerla de pie contra una pared como a la zorra que era.
Tal vez fue el vino o sus pensamientos que se hicieron muy reales pero sintió un sonido, una sonrisa, un gemido. Se exaltó un poco. Para él, la casa estaba vacía. Caminó por el pasillo que daba a su cuarto y vio la puerta del final entreabierta. Una tenue luz de velas alumbraba en el fondo.
Estando cuerdo jamás habría entrado en el cuarto de su hermano pero estaba medio borracho y realmente aún no sabe por qué lo hizo. Sigilosamente abrió la puerta, sin ruido. Caminó de puntillas y vio que no había nadie. La luz venía del baño. Escuchó gorgoteos y chapoleteos de agua. En ese momento fue consciente de que su cuñada estaba en casa, probablemente dándose un baño en la tina.
Se detuvo y dudó por un momento. ¿Qué estaba haciendo? Aquella era la mujer de su hermano. ¿Qué buscaba encontrar si se asomaba a la puerta del baño? Dio un paso atrás y otro. Al tercer paso ella gimió, más alto, más lento, más provocativamente. Él volvió a acercarse.
El baño solamente estaba iluminado por dos o tres velas puestas en la bañera. Su ropa estaba regada por el suelo, la tanga blanca justo al lado, evidencia lo último que se quitó antes de entrar al agua.
Y allí yacía ella, desnuda como diosa del amor. El pelo suelto y mojado le chorreaba por la frente sudada y los hombros. El agua no tenía espuma y le daba por la cintura. Sus senos redondos y erguidos se notaban recios, erectos y temblorosos. Una pierna musculosa y contraída caía por el lado de la bañera y sus dos manos se perdían entre sus muslos. Se acariciaba el sexo y convulsionaba de placer ante sus ojos atónitos.
Las mujeres son muy cabronas para dejarse ver mientras se masturban. A su esposa nunca la había visto, a pesar de haber convivido juntos por años.
Se dedicó a vacilar la escena, degustando cada movimiento de sus caderas, cada contracción de sus brazos al meterse sabe dios cuántos dedos en su maldita vagina de reina. Disfrutó de su boca, entreabierta por ratos y cerrada con fuerza a veces. Su lengua roja y brillante humectando los labios carnosos, pecadores, prohibidos.
La respiración se le hizo convulsa, nerviosa, trabajosa y llegó al orgasmo con un adorable desorden de agua y cabellos y sudor por doquier. Las mejillas se le tornaron rojas y esbozó una sonrisa de hembra complacida que hacía mucho tiempo que no veía. Echó la cabeza hacia atrás, se mesó las tetas y metió la pierna en el agua, suspirando y recuperando el aliento.
Él estaba mudo, detenido en el tiempo, envuelto en el aroma de las sales y el perfume de ella que manaba, salvaje por la habitación. Sentía su erección formidable apretada en el pantalón y la cabeza aún le daba un poco de vueltas por el vino.
Quería ir hacia ella, levantarla de los brazos, estrechar su cuerpo perfecto y mojado contra su miembro duro, dolorido y frotarse contra ella hasta explotar de placer y llenarla de su semen caliente. Quería besarle esos labios de putica y mordérselos hasta oírla lloriquear de dolor y placer. Sintió una necesidad imperiosa, instintiva y animal de reproducirse con aquella bestia hermosa que yacía a unos escasos metros de él y su gran deseo de follarla. Gruñó.
Al volver de sus ensoñaciones, los ojos negros y penetrantes de ella estaban clavados en él, no con miedo ni con susto, no con pudor. Lo miraba con un descaro impertinente, morboso. Su boca no decía nada pero sus ojos sonreían con saña. Él se sobresaltó, dio la vuelta en el lugar y salió corriendo para encerrarse en su cuarto.
Entró en el cuarto y cerró la puerta detrás de si. Maldijo, se sintió estúpido. No era como si lo persiguiera un demonio y pudiera esconderse debajo de la cama. La puerta la protegía a ella de él y sus ganas de poseerla. ¿¡Pero qué mierda estaba pensando!? Esa era la mujer de su hermano, lo había visto espiándola como un sucio criminal mientras ella… mientras se masturbaba de la forma más deliciosa que había visto en su vida. ¡Concéntrate, carajo! ¡¿Qué has hecho?!
Se mesó los cabellos como loco. Caminó de un lado al otro de la habitación por un rato, cavilando si era pertinente ir a disculparse. Podría inventarle una historia, decirle que sintió un ruido y entró por error. Podía decirle que no vio nada, pedir perdón. Pero ella lo vio, lo miró con aquellos ojos de gata. No sabía quién acechaba a quien. ¡Qué mujercita, mierda, mierda!
Se quitó la ropa y entró a la ducha. Abrió el agua, fría. Gritó al contacto helado. Aún conservaba la erección. Le dolían el cerebro y el pene. Le dolía la moral. Qué iría a pensar ella. Seguro estaba asqueada. Se sentía despreciables, bajo. El vino, seguro que fue el vino. Y claro, el tiempo que hacía que había tenido sexo por última vez. Fue con su ex mujer y fue una porquería. Fue lo mismo de siempre.
La despertó en medio de la noche, ella gruñó. Él se mojó el glande con saliva y la invistió sin aviso, sin pasión. Fue simplemente un polvo de desesperación para soltar un poco de leche y nada más. Ella no se movió, no protestó siquiera. Al terminar se echó bocabajo, se tapó la cabeza con las sabanas y lo ignoró como a un perro. Él se quedó más vacío que antes de hacerlo y sintió asco de su propia vida. A la semana estaban divorciándose.
Luego de aquello no había tenido sesos para seducir a ninguna mujer. Había salido a bares con compañeros del trabajo pero era como si sus años de matrimonio mal llevado le hubieran roto la capacidad de socializar con mujeres. No había logrado pasar de comprarle un trago a alguna chica que no le decía que no por lástima. Se lo veía en los ojos a todas. Tenía 39 años, estaba recién divorciado, no tenía hijos, casa, ni siquiera un perro y no sabía ligar. No podía estar más jodido.
Y entonces aparecía este súcubo maldito con sus piernas abiertas y su vagina llena de dedos y se le había volcado el mundo en un instante. Pero bueno, la vas a culpar ahora. Tampoco es que te llamó para que la vieras tocarse. Tú entraste en su cuarto a espiarla, borracho de mierda. Pero ella sabe que la viste y no tuvo la decencia de taparse al menos. Es como si hubiera disfrutado que la miraras. Es como si te estuviera llamando con los ojos. Como si deseara que la hicieras tuya allí, en la bañera. Te desea…
El agua seguía congelada pero su erección no se iba. Se sintió abochornado cuando decidió masturbarse pensando en la mujer de su hermano. Se apoyó en la pared con un brazo, recostó la cabeza y se llenó la mano de saliva. Se frotó el glande con firmeza, mientras intentaba pensar en cualquier sex symbol de revista. Se apretó con más fuerza y en su mente aparecieron los pezones turgentes de ella. Se le llenó la boca de saliva al imaginar el sabor de sus tetas. Moras salvajes y chocolate negro. Se mojó más la mano y arremetió con fuerza.
Se estuvo masturbando por lo que parecieron horas bajo el agua fría. Se arrodilló y cerró los ojos, imaginándosela en todas las posiciones. Rememoró su aroma caribeño y maldito. La asió de las crines en su fantasía y la cabalgó con furia hasta que ya no pudo más y eyaculó. No tuvo un orgasmo. Es como si dios lo castigara por ser tan vil. Se quedó sin fuerzas pero con más ganas que antes de tocarse.
Se acostó llorando.