Archivo de la etiqueta: Ana

Desnuda…

img_1819
Puedes venir desnuda a mi fiesta de amor. Yo te vestiré de caricias.

Hexaedro Rosa V – Ruben Martinez Villena

Leer entradas anteriores

III

Dolores atrajo hacia sí a Richard, que hasta ese momento había estado arrodillado a sus pies besando sus manos, y le susurró algo al oído, para luego besarlo en la mejilla. Richard se arrodilló de nuevo, muy sonrojado y, metiendo sus manos hábiles por debajo del vestido escarlata, comenzó a quitarle los botines. George se quitó la chaqueta y el chaleco y siguió besando el cuello y los hombros de dolores mientras ella sonreía y gemía de a ratos. Richard la desembarazó de las medias y comenzó a besar sus pies desnudos, centímetro a centímetro.

Alex apretó la copa de vino con fuerza y apretó los dientes, respirando profundo, pero no se movió del lugar desde donde observaba. Dolores clavó sus ojos negros en los de él mientras George comenzaba a desatar los botones a la espalda de su vestido. Richard seguía besándola toda: los dedos delicados, el empeine, los tobillos, las pantorrillas esbeltas.

George volvió a tomar la iniciativa y la ayudó a levantarse, ofreciéndole su mano. Richard se levantó también y se quedó en mangas de camisa. Dolores estaba ahora de pie, de frente a George que la besó en los labios. Richard siguió desnudándola, pieza por pieza. Primero el vestido rojo, luego el corsé de seda y finalmente el camizón. En este punto, Dolores los detuvo a ambos y caminó hasta Alex, que seguía observando y bebiendo vino. Se detuvo frente a él y con un movimiento preciso aunque delicado, desató las enaguas que cayeron por sus piernas hasta el piso, quedando completamente desnuda delante del hermano mayor.

Alex mantuvo sus ojos en los de ella y sonrió con un poco de amargura. Puso la copa de vino en la cómoda, buscó la mano de Dolores sin bajar la vista y le depositó un beso suave. Al mismo tiempo, ponía la mano en su bolsillo y sacaba un pañuelo de seda. Con un pase rápido la hizo darse la vuelta y le puso el pañuelo en los ojos y se lo amarró en la nuca. Sin hacer pausa la tomó por la espalda y debajo de los muslos y la levantó en vilo. Dolores sintió que se movía en el aire y dejó escapar un gritico. Por un momento perdió el control de la situación y luchó pero el abrazo de Alex era demasiado firme como para poder desembarazarse.

– Tranquila, Lola. No va a pasaros nada que no queráis. ¿Confiáis en mí? – Alex le susurró al oído y le besó el pelo. Ella se abrazó a su cuello y se dejó llevar.

Alex la depositó en el lecho blanco, con delicadeza. Dolores intentó destaparse los ojos pero Alex se lo prohibió con su mano. La atrajo hacia sí y situó las manos delicadas de la mujer en su solapa, indicándole, instintivamente, que comenzara a desvestirlo. Dolores no titubeó. Su esposo era un ángel, como ella les había confesado, pero no les dijo que en materias de sexo era muy conservador. En 3 años de matrimonio, nunca se vieron desnudos. Lo más audaz que pudo hacer fue desvestirlo en total oscuridad, palpando cada parte de su cuerpo. Ella nunca había estado desnuda en presencia de ningún hombre hasta ese momento.

Alex se dedicó a contemplar el cuerpo desnudo de la mujer mientras ella quitaba cada pieza con habilidad y destreza. Tenía el cabello abundante y frondoso y olía a frutas. Su cuello era delicado y desembocaba en los brazos delicados y femeninos. Su cintura era estrecha y sus caderas amplias, los muslos torneados, las nalgas redondas. Sus senos eran perfectos. Se detuvo un poco en las aureolas trigueñas y memorizó la curva provocativa del pezón a la costilla. No pudo resistir rozarla con el dedo. Ella se sobresaltó, no lo esperaba. Se mordió el labio y prosiguió abriendo los botones de la blanca camisa.

El ombligo marcaba el comienzo de su área más privada y justo allí comenzaba un surco de vellos delicados que bajaban y se perdían en el monte de venus negro, tupido y suave, donde se formaba un triángulo perfecto, divino. Era una mujer exquisita de pies a cabeza.

… continuará.


The Lady in Red…

download

I’ve never seen you looking so gorgeous as you did tonight
I’ve never seen you shine so bright, you were amazing
I’ve never seen so many people want to be there by your side
And when you turned to me and smiled, it took my breath away (…)

The Lady in Red – Chris De Burgh

Leer entradas anteriores

II

Era evidente que George era un casanova y esta no era la primera vez que se encontraba en esta situación. Los ojos de Richard brillaban y Dolores comprendió que, tal vez teniendo menos experiencia que sus hermanos, su imaginación no tenía límites, además, su gran conocimiento de la anatomía humana lo ayudaba a no estar en desventaja junto a sus hermanos.

Alex era un misterio. Su formación militar lo hacía parecer indescifrable. Dolores intuía que no había nada que aquel hombre no hubiese experimentado ya en su vida. Sus ojos reflejaban los incontables horrores que había presenciado pero también una agudeza increíble para comprender los azares de la vida. La incertidumbre la hacía sentirse aún más intrigada.

– Ricardo – le dijo, haciéndole una seña con la mano para que se acercara. – Todos me llaman Lola, ¿os gusta? – se quitó los guantes y acarició la mejilla del muchacho que tragó en seco.

– Mucho, mi señora – dijo él y besó el la palma de su mano.

– Lola, me encantaría veros sin la máscara – dijo George, evidentemente más atrevido y sin un  ápice de vergüenza. Ella asintió y le brindó su otra mano a Richard que continuó besándoselas con ternura. George se situó a su espalda y comenzó a desatar las cintas de seda que mantenían la máscara en su sitio. Cuando hubo terminado, tomó la delicada pieza con sus manos y dejó el rostro de Dolores al descubierto.

Era incluso más bella de lo que habían imaginado. Sus ojos almendrados brillaban, serenos e inteligentes. Sus cejas negras y tupidas complementaban la frente amplia. La nariz respingona y desafiante terminaba en un huequito adorable sobre su labio superior.

Alex se sirvió una copa de vino mientras los observaba, recostado a la cómoda. Su mirada se volvió más seria y atenta cuando George comenzó a deshacer los bucles y el cabello de Dolores comenzó a caer en cascada sobre sus hombros. Alex vio como las pupilas de ella se dilataron cuando George apartó la cabellera y depositó un beso suave en su cuello y sus propios ojos brillaron cuando a ella se le escapó un gemido suave.

… continuará.


Dámelo todo…

38446390_050743

«The woman is wild
A she-cat tamed
By the purr of a Jaguar»

Maneater – Hall and Oates

A mi me quieres como debe ser o te vas al carajo.

Ella es exigente y no se conforma con poco. Hay que besarla con furia y desgarrarle los labios. Pide caricias estupefacientes, de las que te dejan volcado y a veces no te deja siquiera tocarla. Ella no hace favores ni los pide, ella demanda atención y de la buena.

Aquí la que toma y deja soy yo.

Es volátil y agresiva. Es mimada y maternal. Es arrabalera y sutil. Ella sabe lo que quiere y sabe lo que NO quiere. No se encariña con la gente pues prefiere a los perros a las personas. No da migajas de amor pues no se enamora. Ella tiene un látigo con saliva en la punta y donde golpea deja marcas.

Conmigo es todo o nada.

Ella es un oximorón andante y los absurdos le manan de las caderas. Su andar marca un ritmo acelerado y convulso que mueve el piso y causa marejadas. Cuando llora la Luna se hace un lío y los cataclismos comienzan a arrasar hombres que se traga el mar.

Te quiero ahora o ya no serás bienvenido.

Ella conoce de palabras y las usa en su provecho. Perdona, amenaza y adula como mismo halaga. Es implacable y artera cuando quiere algo y es capaz de obtenerlo por la buenas o las malas. Es como un rayo que te pega y te destroza pero en ese momento sublime te llena de energía, de la buena, de la cruda.

Dámelo todo, lo quiero todo de ti.

Y no se refiere a flores ni bombones. Ella es del tipo de mujer que antes de pedir una estrella se la baja ella sola. Ella lo que busca es el significado de vida en cada piel. Ella solo quiere que le arranques las carnes a mordidas. Colecciona marcas violáceas en sus senos pero es difícil encontrar a quien las ponga allí. Ella solo quiere de ti ese traguito dulce de almíbares y sueños que provoca orgasmos y tsunamis en la pelvis.

Si no eres capaz de darlo todo me sobras.

(Oh-oh, here she comes)
Watch out boy
She’ll chew you up
(Oh-oh, here she comes)
She’s a maneater

 


Un cuento para mí…

Un regalo, un cumplido, un cuento… para mi.

Los silencios de Onán.

No conserva registro alguno de la tesitura de su voz, ni siquiera la imagina. Tampoco consta en sus recuerdos memoria referente a los sentidos del gusto, tacto u olfato. Así, no sabe de salivas mezcladas ni fluidos canjeados en el mercado de la carne, ignora las temperaturas que acompañan el proceso de abrirse paso entre humedades y por ende, desconoce el sentido en que se mueven en el espacio las partículas revueltas de las hormonas de ella. No sabe cuánto de fugaz o tercos pueden ser los olores atrapados en un cuarto ni del efecto morning after, ni desayunos o alientos, despedidas o exclamaciones.

Sin embargo posee sus palabras, las exactas, las suficientes, las reveladoras. Palabras que Onán acaricia y moldea, distribuye, posiciona y vuelve a visitar.

Palabras de senos pequeños y aureolas color de las moras salvajes, de nalgas tersas que sustentan las creencias de una nueva religión, discursos reptantes entre zapatos y muslos de diosa meretriz ofrecida y a la vez venerada. Palabras escritas en altares de conchas y entradas al Averno, espetadas, demostradas, innegables. Arengas de estatua impúdica y curvas de regreso al ombligo, palabras con ranuras postradas, rajas, grietas y el mapa estelar, salidas de labios profanos, invitados a ser mancillados. Palabras donde la turgencia es una constante y el verbo, obligadamente, se convierte en latido.

Palabras que profesan Soy el camino, Soy la verdad y esta es la desnudez de mi entrepierna, que no os baste con contemplar mi Capilla Sixtina, levántense y anden. Estos son los pilares que sustentan mi templo, depositen su ofrenda de semillas y mis piernas-puertas siempre estarán abiertas.
Onán el incrédulo, sin el asidero de una fé constante y abrumado por tanta teología, prefiere callar, renegando así del credo y la aparición celestial y en un intento oportunista de salvarse, a medio camino entre cielo e infierno, se condena y purifica derramando en la tierra cada palabra de ella. Sólo después de este acto, Onán el pecador, se levanta en silencio dispuesto a tirar la primera piedra.


De torres y maniquíes…

“¡He aquí una de mis víctimas! En su muerte se consuma mi ansia de venganza y se cierra el cielo de mi mísera existencia.»

Frankenstein o el moderno Prometeo – Mary Shelley

El sastre.

Este era un poblado recóndito de Francia y la historia que les contaré aconteció en la Edad Media. Amén de no ser un poblado rico ni de tener una población extensa, los ciudadanos de la burguesía ostentaban la costumbre de hacer bailes y galas dignas de un Rey y su corte. Para sustentar la tradición de los recurrentes bailes de máscaras y los disfraces increíbles, el abuelo del Señor Feudal había hecho traer de París a una familia de sastres muy importantes, dándole a cambio todos los beneficios de los que no gozaban en la gran ciudad por la agotadora competencia.

El Señor Feudal del poblado era un hombre fuerte y enérgico, de unos 50 años y hacía poco había desposado a su quinta esposa, de 17 . Era la muchacha más bella de la región y él la había exigido a sus padres, pobres aunque nobles y no pudieron negarse a tal pedido; el Señor Feudal podía ser muy persuasivo cuando lo deseaba. Transcurría una época de buen clima, sin guerras que azotaran, de buenas cosechas y por tanto, mucha abundancia que el Señor Feudal festejaba a diestra y siniestra. También aprovechaba la buena racha para agasajar a su joven esposa que lo detestaba en silencio aunque permanecía a su lado, fiel y callada.

***

– Ana, mi bella Ana. ¡Ya no aguanto esta ausencia, no resisto veros en otros brazos que no sean los míos! – dijo el amante mesando los cabellos de la señora entre sus brazos.

– Oh mi amor, no desesperes, pronto estaremos juntos – respondió ella y se prendió de su cuello. El amante la arrinconó contra la pared, levantando su pierna entre lienzos y encajes. Le acarició el muslo, bajando suavemente la media de seda. Ella le besó en los labios. El amante siguió su camino entre las interminables ropas de la joven señora y no sin mucho trabajo, la penetró al fin con dos ágiles dedos. Ella se apretó más aún al otro cuello y así vestidos, intentando ser silenciosos, arrinconados contra una pared, desataron sus deseos y disfrutaron de aquel placer clandestino que compartían hacía un par de meses.

– ¡Oh, tus dedos, son mágicos! – susurró al oído de su amante, llegando al orgasmo.

La señora se acomodó los ropajes, acicaló sus cabellos y empolvó su nariz sudada. Se compuso de pies a cabeza y salió del pequeño cuartico donde desató sus más bajas pasiones. Se sentó en la salita diminuta y esperó. Un joven gallardo y hermoso apareció en breve y la saludó. Mientras una muchachita como de su misma edad pero que lucía más joven por ser soltera le sirvió un poco de té. Ana le sonrió y la joven salió de la habitación.

– Señora Ana, un gusto verla, cada día más hermosa.

– Oh Pierre, usted siempre tan galante – dijo ella, ruborizándose.

– Su vestido aún no está listo, le pido disculpas. He tenido poco tiempo por estos días pero si regresa mañana le podremos hacer los últimos ajustes – dijo él con pesar.

– Le creo, usted tiene dedos mágicos y nada ni nadie se le resiste, ¿no es cierto? – dijo ella y le guiñó un ojo.

– Como usted diga mi señora, solo perdóneme por la tardanza – respondió él nervioso, alisando su hermoso cabello negro.

– No hay problemas querido Pierre, de todas formas el paseo por el pueblo me hace mucho bien. Al menos puedo salir de casa – dijo ella, más para si misma que para su interlocutor. Él guardó silencio por unos instantes, apenado.

– Vuelva mañana a la misma hora, le prometo que estará listo.

– Gracias.

Ana dejó el lugar sin prisas, bajando de la alta torre donde Pierre cosía y descosía sin parar, dándole a los ricos de la zona los más bellos atuendos jamás vistos. Siempre sentía una insoportable sensación de vértigo al subir o bajar aquella escalera interminable en forma de caracol y el olor a humedad de las estrechas paredes casi la hacía desfallecer de fatiga y asco. Ya desde la calle se detuvo a contemplar la decrépita edificación de aceras adornadas con elegantes maniquíes. Un suspiro salió de lo más profundo de su alma. Siguió camino.

***

Ana despertó exaltada por los gritos de los empleados y cubriéndose con una manta salió al corredor.

– ¿Qué sucede Antoine? – preguntó a uno de los criados que apareció corriendo.

– ¡Una desgracia señora! ¡Una desgracia! – dijo el hombre llevándose las manos a la cabeza y huyendo sin más. Ana se apresuró y bajó las escaleras hasta llegar al gran salón, donde la esperaba una escena grotesca y espantosa.

Sentado frente a la chimenea en su silla de siempre la esperaba su esposo, vestido con su mejor traje y ostentando un elegante sombrero de plumas moradas. Ana se acercó despacio, tenía miedo. Fue rodeando lentamente el asiento, sus pasos descalzos no se sentían sobre la alfombra. Al quedar frente a su cónyuge se arrodilló despaciol, murmurando palabras amorosas.

– ¿Querido, qué sucede, por qué estás aquí a estas horas? – pero no recibió respuesta alguna. Se acercó más y lentamente descubrió el rostro del marido, quitándole el sombrero. Un grito de horror surcó la mañana y Ana cayó desmayada frente a la chimenea.

La razón de todo fue la imagen horrenda que quedó ante sus ojos al descubrir la cabeza de su esposo… muerto. La muerte en sí no fue lo que la impresionó ya que ella no amaba a su esposo pero las circunstancias de esta y el estado del cadáver eran impactantes, sobre todo para una muchacha de 17 años.

Parte de la piel de su cara había sido removida y en su lugar estaban cosidos trozos de telas preciosas y de colores luminosos. De las cuencas de sus ojos, que habían sido removidos, sobresalían dos piedras preciosas que apenas cabían por lo grandes y grotescas. Faltaban ambas manos y en su lugar, de alguna manera sádica, habían sido empatadas manos de maniquíes que parecían garras ensangrentadas.

Ana fue llevaba a su habitación y su dama de compañía se encargó de aplicarle compresas de agua fría. Debido a la impresión la azotaron una fiebres y vómitos que asustaron a todos pues pensaban que la señora había sido envenenada por el mismo asesino de su esposo. Tres días estuvo Ana en cama sin fuerzas para comer o hablar, tres días la visitó el doctor del pueblo, quien no pudo diagnosticar su mal, solo quedó claro que envenenada no estaba. Al tercer día mejoró y al cuarto se levantó de la cama al fin.

Ordenó recoger todas sus pertenencia y estas fueron llevadas al hostal del pueblo; Ana no podía permanecer en aquella casa. Mientras ella padecía de su rara enfermedad llegó un investigador de Paris y con él un forense. Examinaron el cadáver y la autopsia trajo nuevos detalles a la investigación.

El señor feudal había sido envenenado con arsénico y esa fue la causa real de su muerte. El barbarismo cometido con su cuerpo fue un sacrilegio perpetrado por una mente enferma. Otro de los detalles extraños y grotescos que Ana no notó al desmayarse fue que su esposo no estaba vestido si no, que las ropas estaban cosidas al igual que los pedazos de telas en su cara. El cuerpo había sido desollado y mutilado. También los órganos habían sido removidos, siendo rellenado el torso con cintas de colores y retazos de telas. Las condiciones de la muerte del señor feudal parecían una burla de mal gusto.

El caso estaba resuelto de todas maneras ya que se encontró una carta amenazando al señor feudal si no dejaba ir a su esposa. Todo señaló a un crimen pasional y el asesino había sido, según indicaba todo, Pierre el sastre. Ana se enteró de todo esto por su dama de compañía que le comentó todo. En la carta amenazante, el sastre ponía que él siempre había amado a Ana aunque ella no sabía nada pero que debía dejarla ir o acabaría con la vida de su esposo. Ana no podía creer lo que escuchaba y enseguida se dirigió a la estación de policía, donde mantenían encerrado a Pierre.

– ¡Exijo ver a Pierre de Lafouret antes de que se tome decisión alguna, estoy segura de que este hombre es inocente! – dijo Ana y logró que la dejaran verlo.

Pierre estaba tirado en una esquina de la asquerosa celda, cubiertas de fango sus ropas y el hermoso cabello negro suelto y desordenado. Ana se acercó a él; no tenían supervisión.

– ¿Amor mío, pero qué has hecho?

– Yo no he sido amada mía, nada he tenido que ver con su muerte – respondió el hombre, desesperado.

– ¿Entonces quién? Debemos sacarte de aquí – dijo ella besándolo en los labios.

– Nadie sabía lo nuestro, solo mi hermana – dijo él y se abrazó al regazo de la bella Ana.

– No temas, lo resolveremos, te sacaremos de aquí – dijo ella y se quedaron un rato abrazados mientras ella lo consolaba y acariciaba. Más tarde Ana se marchó.

***

 Pierre fue ahorcado un mes después al comprobarse su culpabilidad dadas las pruebas contundentes pero ese mismo día en la mañana recibió una carta de Ana que decía.

Querido Pierre:

Te perdono por lo que hiciste y no te guardo rencor. Mi amado esposo descansa en el cielo y espera por mi, pacientemente. Me encuentro en París y no regresaré al pueblo jamás. Como nos criamos juntos y tu hermana quedó desamparada después de tu horrendo crimen, decidió venirse conmigo siendo yo lo único que le queda en este cruel mundo. Vivimos juntas ahora y espero encontrarle un buen esposo que sea rico y tierno con ella. Es una mujer hermosa y tiene tus mismas manos, tus mismos labios, tus mismos dedos y heredó tu pasión por la costura pero ha decidido no dedicarse a lo mismo que tú. Sus dedos mágicos serán usados más sabiamente de ahora en adelante al igual que sus labios y su cuerpo. Será una buena esposa. 

Ambas te amamos y te agradecemos lo que has hecho, sin ti no estaríamos juntas ahora. Ve con Dios.

Pierre encendió de ira al leer las palabras de su amante y comenzó a gritar «traidora» y «maldita prostituta» cegado por el odio. Así lo llevaron a la horca y nadie lo escuchó, solo se ganó algunos golpes en las costillas para calmarlo un poco. Murió solo y dando batalla.

***

En París Ana despertó temprano, esta vez sin ruidos, sin sobresaltos pues ya no tenía sirvientes. Había despedido a su antigua dama de compañía y para todo París la hermana de Pierre era la sirvienta de la señora viuda. Se desperezó lentamente y descubrió su cuerpo desnudo y hermosamente blanco. Siguió halando las sábanas y a su lado, otro cuerpo hermoso y rosado de cabellos largos y rubios quedó descubierto también.

Ana se acercó, rozando sus senos abundantes en la espalda femenina, besando su cuello y murmurando «buenos días preciosa» en la oreja nacarada. La otra fue despertando poco a poco mientras sonreía.

Ana se sintió dichosa y besó los labios femeninos. Mientras, en su mente, tejía puntadas ensangrentadas, uniendo la piel asquerosa de aquel hombre a un pedazo de delicada seda.


Incongruencias.

Tener la mente abierta es una virtud pero no tan abierta como para que a uno se le caiga el cerebro
James Oberg

VII (fin)

Y así Ana conoció a dos hombres increíblemente bellos, deseables, interesantes. Se sumergió en dos amoríos simultáneos y arrolladores y se dejó llevar por la corriente de ambas relaciones clandestinas y poderosas.

Con Alejandro va al cine, lee escritos prohibidos en el patio interior de la casona de Luyanó, aprende idiomas y disfruta de ese mundo tan rico y enigmático de las letras. La universidad, bueno mentiría si digo que todo es color de rosas y que no ha habido sexo en la cátedra de profesores o en los baños. También mentiría si dijera que Ana saca las mejores calificaciones por ser la amante escondida del profesor de literatura Latinoamericana, al contrario, Ana se esfuerza cada día y su orgullo no le permite ser otra cosa que la mejor. Nadie más sabe porque Ana es una mujer muy reservada y Alejandro es un hombre muy discreto. La relación perdura pero olviden el tiempo o mejor, invéntense el tiempo que puede durar.

Michel es el enamorado eterno que la lleva a conciertos de los Van Van donde Ana se pone los tacones de bailadora después de olvidar los espejuelos de estudiosa en casa. La adentra en la religión Yoruba y ella escucha atenta y cultiva su espíritu con nuevos conocimientos. Así se nutre de la herencia criolla al bailar de ese rubio sandunguero mientras intenta civilizarlo un poco leyéndole poesía. No es cierto que todo sea un sueño ya que Michel sigue llamándola «mamita» y de vez en cuando hay problemas cuando bailan guaguancó: Ana es mala perdiendo. Con Michel fue más difícil poner los límites de la relación ya que es más obtuso y más joven, pero al fin llegaron a un consenso y el tiempo es lo de menos, la relación dura o duró lo que tenía que durar.

Si, claro que hubo sentimientos, de todo tipo. De ella hacia Michel y de Michel hacia ella. De ella hacia Alejandro y de Alejandro hacia ella. Ella se enamoró de cualidades sueltas de cada uno pero no puede formar al hombre perfecto, no puede separarles esas características y desechar lo demás. Algunos piensan que ella los usa para satisfacer sus deseos, otro piensan que la usada es ella. La verdad es que Ana no piensa en eso. A sus 23 años (aparentemente ha durado el juego) solo piensa en disfrutar de su vida y de lo que le depare el destino.

Alejandro y Michel se conocieron y no hubo afinidad, ciertamente notienen nada que ver, el único punto en común es esa chica de 23 años, increíble en al menos 10 idiomas que baila rumba como una negra criolla y escribe. Alejandro sigue alimentando sus pasiones con la inspiración que ella le brinda, ella no ha dejado de escribir. Michel sigue siendo el mejor bailador de Belén y ya sabe la diferencia entre santero y ateo, ella en las noches, aún le dice «usted».

… fin.


2 Nuevas Páginas…

Hace un tiempo vengo preparando una página para escribir «Crónicas sobre mi abuelita» y hoy publiqué la primera entrada «Sinopsis». Este es el link, para los interesados.

Crónicas sobre mi abuelita

Espero ir contando anécdotas de mi abuela cuando era joven, de su niñez, de cuando yo era chiquitica y del mamey y todo lo que se me ocurra y recuerde. Ella está en Cuba y no la veo hace casi 3 años así que, no podré cerciorarme de que todo lo que aquí cuente sea real y no producto de mi imaginación pero bueno, eso es lo hermoso de la literatura… que nunca sabes dónde termina la realidad y comienza lo fantástico.

La segunda página que creé hoy es para agrupar la saga de Ana. Ya van varios cuentos y escritos referentes a ella y me pareció una buena idea darle esta distinción a tan recurrente personaje. Aquí el link:

Diarios de Ana

Seguiré agrupando todo lo que tenga que ver con Ana en esta página aunque podrán leerlo en Inicio.

Fin de las Noticias 😉


Ana y el mancebo imberbe…

Muchacho loco: cuando me miras con disimulo de arriba a abajo
siento que arrancas tiras y tiras de mi refajo…

Muchacho cuerdo: cuando me tocas como al descuido la mano, a veces,
siento que creces y que en la carne te sobran bocas.

Muchacho loco – Carilda Oliver Labra

Pensándote…

Al mirar tus escasas fotografías, escuchar las canciones que me has regalado, al pensar en ti, no puedo evitar pensarte con morbo. Es insoportable reprimir las ganas de hacer tantas cosas. Al menos en letras haré realidad mis deseos.

 *****

Estoy en tu cuarto, otra vez, somos descargas eléctricas de nuestros cerebros, recuerdos que aun no son, pensamientos surrealistas de lo que será. Estás frente a mí, tus mejillas sonrojadas, tus manos nerviosas, tus ojos inquietos. Tiemblas. Has esperado muchísimo por este momento, pero tu cuerpo y tu mente no están preparados para lo que sucederá. Yo tampoco, a pesar de ser mayor que tu siempre he necesitado ser guiada la primera vez. La candidez se me activa completa y más al saberte tan joven, tierno, frágil. Solo atino a alargar el brazo y acariciar tu mejilla encendida. Te estremeces como hoja seca que cae en un torbellino de viento y polvo. Te miro como quien mira a un ángel caído y mi mano comienza a palpar tu piel de criaturita. Es suave al tacto, divina, digna de pleitesías, de alabanzas, de ofrendas carnales. Todo mi cuerpo siente la calidez de tu ser a través de mi mano, que se deleita en disfrutar de este roce imperceptible pero celestial.

Con ella rodeo tu nuca y tiro suavemente de ti hacia mi cuerpo, que te espera, suave y mullido. Te abrazo. Respiro tu fragancia suave y pura, la fragancia de un niño, el aroma de quien no ha pervertido sus carnes ni su espíritu en brazos similares a los que ahora te poseen. Estoy en medio de un campo de trigo, una pequeña zorra corretea a mi alrededor, y tu yaces acostado, mirando las nubes, divertido, inocente. Tu olor me transporta a lugares recónditos de mi corazón como ese donde habita la zorra juguetona. Te atreves al fin a rodear mi espalda con tus brazos, entre los cuales quedo exacta, a la medida, somos dos engranajes que se complementan, que fueron hechos para encajar perfectamente el uno en el otro. Tus dedos se hunden en mi carne, hasta que duelen, pero te dejo aferrarte a mí sin medir tus fuerzas, pues también me fundiría contigo si aun corriera por mis venas la vehemencia de tus escasos 18 años. Pero te abrazo como quien abraza un tesoro, con el miedo intrínseco de hacerte daño, con la bondad del jardinero que corta la rosa amada, luego de haberle prodigado todo tipo de cuidados.

Mis dedos se enredan en tu abundante pelo, siempre desordenado e irreverente. Acaricio tu cabeza, tu cuello, tu rostro infantil, entre suspiros. Solo disfrutamos del calor de nuestros cuerpos unidos, que se acoplan a las formas del otro, entre la sinfonía de nuestros latidos acelerados. Pero el deseo es irrefrenable ya, tomo tu rostro entre mis dos manos, y me acerco a ti, para posar mis labios en tu mejilla, muy cerquita de la comisura de tu boca. Te dejo un beso tierno, suave, caliente, preludio de otros más invasivos. Ladeas tu carita suavemente, buscando la fuente de tan deliciosa sensación. Tus labios rojos rozan los míos, que tiemblan al contacto. Realmente no esperaba tal osadía, me impacta tu comportamiento, he quedado anonadada y perdida por tan dulce muestra de que estás vivo, de que también me deseas.

Aprovechas mi desconcierto para tomar el control, hasta donde te lo permiten tu valor y tu experiencia. Ahora tú has puesto tus manos, esas que tantas veces desataron marejadas de sensaciones prohibidas en mi mente impúdica y sagaz, en mis mejillas. Me besas de lleno, sin medir tu pasión, me dejas degustar tu sabor divino y embriagador. Tus labios son tan suaves como la pulpa deliciosa de frutas tropicales, tan dulces como la miel y tan deleitantes como la misma ambrosía. Me es imposible procesar la subyugante calidez del contacto, la humedad de tu lengua que busca la mía entre gemidos entrecortados que salen de mis entrañas y la firmeza de tu juventud en mi vientre, apuñalando. Me siento desvanecer entre tus brazos, ambos nos estremecemos como niños, pero no te dejas amilanar, sigues en tu búsqueda, tu lengua exploradora prosigue investigando mi interior. Tus manos se deslizan despacio por mi silueta, desembocan en mi cintura, que aprietan para acercarme más a tu cuerpo, si es posible aun. Me sonrojo al sentirte de lleno fragante y enardecido en mi pelvis, gimo, te retuerces.

Me tomas de la mano y me recuestas en tu cama de sábanas blancas, te apoyas en el costado y me miras, nervioso e indeciso. Tus manos juguetean con mis cabellos revueltos y esparcidos por la almohada. Me miras y sé que te parezco hermosa, tal vez demasiado, tal vez sea demasiado. Sigo acariciando tu rostro infantil, mis dedos recorren tus labios, de sedosa textura, de un precioso color escarlata tenue, pero seductor. Los besas, tomando mi mano con la tuya, acariciando mi palma con tu pulgar mientras continúas besando toda la mano. Veo ansiedad y pánico en tus ojitos de cervatillo, veo que se acabó la osadía, solo queda una ternura infinita en tu mirada triste. Me levanto un poco y te dejo yacer a ti ahora, pequeño, ingenuo, delicado y mío. Ahora soy yo quien te mira, quien te descubre en cada aspirar e inspirar, todo nervioso, tembloroso, encantadoramente púber. Me inclino sobre ti y te beso, esta vez con la cadencia de mi edad, de mi relajada manera de disfrutarte, la cadencia que me define en el amor, la cadencia de la sensualidad.

Mi mano busca a la tuya y la estrecha, entrelazo mis dedos a los tuyos, los aprietas instintivamente, estás aterrado. “No temas”, te susurro al oído y beso tu cuello precioso, apetecible. No puedo resistir los deseos de saborear tu piel, de bojear con mis labios tus contornos y comienzo allí, en tu cuello de alabastro. La textura aterciopelada en mi boca es increíble, todo tú eres increíble. Una maravilla de la naturaleza inexplorada, virgen, rica. Prosigo en el descubrimiento de tierras desconocidas, desandando por tu pecho firme, que comienza a definir los músculos firmes, duros, que se tensan al sentir la humedad de mi lengua. Mientras tanto alzo la vista, sin dejar de hacer, para mirarte, como cierras los ojos y te dejas llevar por la corriente de mis aguas, que te arrullan y te transportan a dimensiones siderales. Me acomodo a tu lado, sentada, y acaricio tu abdomen con mis dedos, se siente tan bien que no puedo resistir los deseos de reposar sobre tu cuerpo. Me acunas en tu brazo y me abrazas, acaricias mi brazo con la punta de tus dedos, mientras acaricio tus piernas con las mías. Nos miramos, nos entendemos, estás deseoso, yo también lo estoy.

“Te amo”, te digo mientras comienzo a desvanecer entre tus brazos y vas quedando solo en la penumbra de tu habitación. El calor de nuestros cuerpos se ha fundido en uno y descansamos juntos, yo en tus brazos, ya casi imperceptible, luego de besar tu abdomen, sin traspasar esos límites que pensabas transgredir, pero que te guardo para el momento en que seamos más que descargas eléctricas de nuestros cerebros, recuerdos que aun no son, pensamientos surrealistas de lo que será.  

para Ale