La adolescencia representa una conmoción emocional interna , una lucha entre el deseo humano eterno a aferrarse al pasado y el igualmente poderoso deseo de seguir adelante con el futuro.
Louise J. Kaplan
Yo conocí a mi primer novio cuando éramos niños. Él era un rubito muy lindo de esos que todas las niñas aman en secreto. Vivía al doblar de mi casa y lo veía ir para la escuela todos los días. Nos hicimos novios cuando cumplí 15 años y duramos juntos hasta mis 20. La relación nunca fue nada gratificante pero supongo que cuando uno no conoce nada más cree que tiene lo mejor. Él siguió siendo un muchacho bonitillo pero por la personalidad estaba frito. Era muy penoso e introvertido además de ser muy complejista y encartonado. Del padre aprendió el machismo y de la madre la sumisión.
A pesar de todo eso me gustaba. Tenía los labios carnosos y olía a sol de mediodía. Su piel era de color caramelo y sus mejillas se sonrojaban al más mínimo esfuerzo. Tenía los brazos fuertes y firmes, las manos duras, el aliento fresco. Tenía el pene más bello que he visto en mi vida (o tal vez es solo la memoria emotiva pues ni siquiera fue el mejor sexo de mi vida, solo el primer sexo) y aunque no era muy open minded ni vanguardista en temas de cama, lo disfruté bastante mientras lo tuve.
El noviazgo lo pasamos mientras yo estudiaba el Técnico medio y muchas veces me vi tentada a serle infiel. Había en mi aula un muchacho aún más bonito que mi novio, trigueño, alto, con unos labios de Barbie que me derretían. Había otro muchacho, un tercero, también alto pero este era fuerte, un hombrón para sus 16 años, metrosexual pero machote. Era una cosa indefinible de sexy el condenado. Al primero lo llamaremos J y al segundo F pues no quiero divulgar sus nombres.
J era el niño lindo del aula, ya les dije que era bello. También era galante, simpático, con una dentadura y sonrisa perfectas. A mi me gustaba mucho y flirteaba a diario con él. Recuerdo que un día en segundo año, en una tarde lluviosa de laboratorio a alguien se le ocurrió poner un hentai en una de las computadoras (oh! ya recuerdo cuando choqué con el hentai por primera vez) y mientras casi todas las chicas del aula pusieron el grito en el cielo entre protestas y niñerías, mis dos amigas y yo nos plantamos delante del monitor a disfrutar del más fino porno que existe – en mi humilde opinión.
No sé si fue el hentai o el flirteo constante que se vivía en ese tiempo de adolescencia y hormonas pero comencé la jodedera con J y supongo que me calenté. Me calenté tanto que lo tomé suavemente de la nuca y lo miré con los ojos llenos de sexo, me acercé a su oreja y casi le maullé un «me gustas mucho» que jamás he dicho de nuevo con tanta sensualidad. Él se tornó todo rojo, se quedó atónito porque, aunque no lo dije, expresé tal madurez, tanta disposición a hacer lo que fuera con aquellas tres palabras que él no fue capaz de asimilar. Mucho menos fue capaz de reaccionar y sus palabras se le atragantaron en la garganta.
No fue hasta tercer año, en otra tarde lluviosa en que terminaron las clases y el tecnológico completo estaba varado en aquel edificio bajo un aguacero de perros en el fin de mundo donde estudiábamos, inundados, con frío y obligados a amontonarnos en los pasillos, esperando a que la lluvia cejara para podernos marchar a casa cuando J se me acercó y me dijo algo como que nunca había olvidado aquello que le dije y que yo también le gustaba a él. Fue muy simpático y tierno pero me imagino que su demora olímpica me hizo perder el interés y lo rechacé con mucho tacto, dándole un abrazo amistoso para que pudiera apretar mi cintura, oler mi pelo y sentir mis tetas en su pecho. No encontré otra manera para reparar su ego herido que dándole alguna imagen para sus noches de auto-complacencias.
Con F era diferente. Amén de ser un seductor empedernido yo simplemente no lo soportaba. En primer año le hice pasar una gran vergüenza delante de toda el aula y creo que decidió intentar agradarme antes que seguir una guerra que no podía vencer contra una vagina con cerebro. Muchos años más tarde me confesó que estaba muerto conmigo y que se pasó cuatro años haciendo de todo por encajar en mi grupo de amistadas solo para pasar tiempo conmigo pero como yo era tan malvada y cínica nunca se atrevió a hacer nada para conquistarme.
Es cierto que yo era muy mala pero solo con él pues es el tipo de persona que me saca la leche rápido, simplemente tiene esa propiedad para molestarme con lo más mínimo. Supongo que por eso me gustaba tanto; me suponía un reto el estar cerca de él y no abofetearlo.
Ya por tercer año éramos lo más cercano a dos amigos que íbamos a ser nunca y él, siempre liado en problemas de faldas, venía a mí a pedir consejo. Yo le decía en voz alta lo que tenía que hacer mientras rezaba porque me estrechara entre sus enormes brazos de titán de 18 años y me apresara contra aquel puto muro del balcón del cuarto piso y me mordiera los labios y metiera su lengua hasta mi garganta. Jamás lo hizo. Solo amagaba con darme un beso de vez en cuando y yo amagaba con quitarme o con golpearlo pero en esos breves instantes gozábamos de la proximidad, de la clandestinidad que suponía tocarnos de refilón. Me gustaba tanto su olor y la manera en la que me miraba y el notarlo erecto en cualquier momento, sonrojado pero como si nada estuviera sucediendo. Él me describía en atuendos sexys y me decía cochinadas cada vez que le daba la gana y yo lo llamaba estúpido con ganas de irle arriba y destrozarlo.
Pero el tiempo pasó y mi primer novio se quedó en el camino, también J y F quedaron atrás. Yo dejé de ser una adolescente para convertirme en una joven adulta. Puse mar de por medio con ellos e incluso cuando J cruzó el charco y lo vi, no sentí la fiebre de antaño. Ellos dejaron de ser personas reales para mi pues el recuerdo, la fantasía que suponen todos y cada uno de los hombres que han pasado por mi vida, son más gratos que la realidad.