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Quiéreme hoy…

Hoy

Tócame hoy que he guardado las espinas

Que mi cuerpo lleva suavidad de nubes

Siénteme hoy, que te permito las caricias

Y todos tus besos quedarán impunes.

Tómame hoy en tu mano, siempre experta

Ven y hazme deshacer entre quejidos

Quiéreme toda, ven, que hoy estoy dispuesta

Hoy la respuesta es sí a tus pedidos.


El hombre perfecto I…

El hombre perfecto te dice que no. Te dice que no mientras ruegas, lloras y pataleas. Te dice que no mientras enloqueces y te halas el pelo.

El hombre perfecto espera a que dejes de pedirlo, a que te resignes a que «no es no», a que aprendas quién manda y a quien debes respetar por encima de todo. Entonces, solo entonces…

… te lo da.


No estés lejos de mí…

15. No estés lejos de mí

Pablo Neruda

No estés lejos de mí un sólo día, porque cómo,

porque, no sé decírtelo, es largo el día,

y te estaré esperando como en las estaciones

cuando en alguna parte se durmieron los trenes.

No te vayas por una hora porque entonces

en esa hora se juntan las gotas del desvelo

y tal vez todo el humo que anda buscando casa

venga a matar aún mi corazón perdido.

Ay que no se quebrante tu silueta en la arena,

ay que no vuelen tus párpados en la ausencia:

no te vayas por un minuto, bienamado,

porque en ese minuto te habrás ido tan lejos

que yo cruzaré toda la tierra preguntando

si volverás o si me dejarás muriendo.


Un mar de hombres para mí…

Fingers Cave
Sutil llama arde en tu corazón,
y aniquilas con el roce de otro cuerpos,
inertes portadores de infortunios.
No prolongues tu naufragio en mudas bocas;
unge tu alma con la savia de tu sangre.
Es el ave y no medusa tu amuleto.

Cecila Solis

Anoche tuve un sueño. Soñé que caminaba entre hombres. Había hombres altos, delgados, atléticos. Había hombres blancos, hombres morenos, hombres azules. Algunos tenía la piel blanca y perfecta, como de cera. Otros tenían labios rojos, como las mujeres. Había par de ellos con ojos grises como gatos y mirada indescifrable. Abundaban los ojos marrones y las cejas tupidas. No faltaban los que tenían el cabello como el trigo o las zanahorias.

Eran cientos y yo deambulaba entre todos ellos. Me escondía detrás de este, correteaba frente a aquel, le susurraba algo al oído a algún otro. Todos me seguían con la mirada, todos, con sus pupilas dilatadas. Y todos eran diferentes pero iguales. Ninguno llevaba ropa. Yo tampoco.

Y era como si yo fuera la maestra de ceremonias de una orquesta perfecta. Yo levantaba las manos y ondeaba el pelo y ellos me seguían con sus falos. Sus instrumentos todos apuntaban a mis senos, a mis nalgas, a mi pubis. Y yo daba volteretas, bailaba al compás de la melodía que tejían sus jadeos. Y todos, ellos, yo, sudábamos. Y yo reía, reía a carcajadas, como loca, mientras ellos me comían toda…


Definición de miedo…

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Atea, diabólica o católica.
No importa todas gritan igual como sinfónica.

Suave – Calle 13

 

La pregunta que más miedo me provoca:
«¿Quieres que te la saque?»


Desnuda…

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Puedes venir desnuda a mi fiesta de amor. Yo te vestiré de caricias.

Hexaedro Rosa V – Ruben Martinez Villena

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III

Dolores atrajo hacia sí a Richard, que hasta ese momento había estado arrodillado a sus pies besando sus manos, y le susurró algo al oído, para luego besarlo en la mejilla. Richard se arrodilló de nuevo, muy sonrojado y, metiendo sus manos hábiles por debajo del vestido escarlata, comenzó a quitarle los botines. George se quitó la chaqueta y el chaleco y siguió besando el cuello y los hombros de dolores mientras ella sonreía y gemía de a ratos. Richard la desembarazó de las medias y comenzó a besar sus pies desnudos, centímetro a centímetro.

Alex apretó la copa de vino con fuerza y apretó los dientes, respirando profundo, pero no se movió del lugar desde donde observaba. Dolores clavó sus ojos negros en los de él mientras George comenzaba a desatar los botones a la espalda de su vestido. Richard seguía besándola toda: los dedos delicados, el empeine, los tobillos, las pantorrillas esbeltas.

George volvió a tomar la iniciativa y la ayudó a levantarse, ofreciéndole su mano. Richard se levantó también y se quedó en mangas de camisa. Dolores estaba ahora de pie, de frente a George que la besó en los labios. Richard siguió desnudándola, pieza por pieza. Primero el vestido rojo, luego el corsé de seda y finalmente el camizón. En este punto, Dolores los detuvo a ambos y caminó hasta Alex, que seguía observando y bebiendo vino. Se detuvo frente a él y con un movimiento preciso aunque delicado, desató las enaguas que cayeron por sus piernas hasta el piso, quedando completamente desnuda delante del hermano mayor.

Alex mantuvo sus ojos en los de ella y sonrió con un poco de amargura. Puso la copa de vino en la cómoda, buscó la mano de Dolores sin bajar la vista y le depositó un beso suave. Al mismo tiempo, ponía la mano en su bolsillo y sacaba un pañuelo de seda. Con un pase rápido la hizo darse la vuelta y le puso el pañuelo en los ojos y se lo amarró en la nuca. Sin hacer pausa la tomó por la espalda y debajo de los muslos y la levantó en vilo. Dolores sintió que se movía en el aire y dejó escapar un gritico. Por un momento perdió el control de la situación y luchó pero el abrazo de Alex era demasiado firme como para poder desembarazarse.

– Tranquila, Lola. No va a pasaros nada que no queráis. ¿Confiáis en mí? – Alex le susurró al oído y le besó el pelo. Ella se abrazó a su cuello y se dejó llevar.

Alex la depositó en el lecho blanco, con delicadeza. Dolores intentó destaparse los ojos pero Alex se lo prohibió con su mano. La atrajo hacia sí y situó las manos delicadas de la mujer en su solapa, indicándole, instintivamente, que comenzara a desvestirlo. Dolores no titubeó. Su esposo era un ángel, como ella les había confesado, pero no les dijo que en materias de sexo era muy conservador. En 3 años de matrimonio, nunca se vieron desnudos. Lo más audaz que pudo hacer fue desvestirlo en total oscuridad, palpando cada parte de su cuerpo. Ella nunca había estado desnuda en presencia de ningún hombre hasta ese momento.

Alex se dedicó a contemplar el cuerpo desnudo de la mujer mientras ella quitaba cada pieza con habilidad y destreza. Tenía el cabello abundante y frondoso y olía a frutas. Su cuello era delicado y desembocaba en los brazos delicados y femeninos. Su cintura era estrecha y sus caderas amplias, los muslos torneados, las nalgas redondas. Sus senos eran perfectos. Se detuvo un poco en las aureolas trigueñas y memorizó la curva provocativa del pezón a la costilla. No pudo resistir rozarla con el dedo. Ella se sobresaltó, no lo esperaba. Se mordió el labio y prosiguió abriendo los botones de la blanca camisa.

El ombligo marcaba el comienzo de su área más privada y justo allí comenzaba un surco de vellos delicados que bajaban y se perdían en el monte de venus negro, tupido y suave, donde se formaba un triángulo perfecto, divino. Era una mujer exquisita de pies a cabeza.

… continuará.


The Lady in Red…

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I’ve never seen you looking so gorgeous as you did tonight
I’ve never seen you shine so bright, you were amazing
I’ve never seen so many people want to be there by your side
And when you turned to me and smiled, it took my breath away (…)

The Lady in Red – Chris De Burgh

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II

Era evidente que George era un casanova y esta no era la primera vez que se encontraba en esta situación. Los ojos de Richard brillaban y Dolores comprendió que, tal vez teniendo menos experiencia que sus hermanos, su imaginación no tenía límites, además, su gran conocimiento de la anatomía humana lo ayudaba a no estar en desventaja junto a sus hermanos.

Alex era un misterio. Su formación militar lo hacía parecer indescifrable. Dolores intuía que no había nada que aquel hombre no hubiese experimentado ya en su vida. Sus ojos reflejaban los incontables horrores que había presenciado pero también una agudeza increíble para comprender los azares de la vida. La incertidumbre la hacía sentirse aún más intrigada.

– Ricardo – le dijo, haciéndole una seña con la mano para que se acercara. – Todos me llaman Lola, ¿os gusta? – se quitó los guantes y acarició la mejilla del muchacho que tragó en seco.

– Mucho, mi señora – dijo él y besó el la palma de su mano.

– Lola, me encantaría veros sin la máscara – dijo George, evidentemente más atrevido y sin un  ápice de vergüenza. Ella asintió y le brindó su otra mano a Richard que continuó besándoselas con ternura. George se situó a su espalda y comenzó a desatar las cintas de seda que mantenían la máscara en su sitio. Cuando hubo terminado, tomó la delicada pieza con sus manos y dejó el rostro de Dolores al descubierto.

Era incluso más bella de lo que habían imaginado. Sus ojos almendrados brillaban, serenos e inteligentes. Sus cejas negras y tupidas complementaban la frente amplia. La nariz respingona y desafiante terminaba en un huequito adorable sobre su labio superior.

Alex se sirvió una copa de vino mientras los observaba, recostado a la cómoda. Su mirada se volvió más seria y atenta cuando George comenzó a deshacer los bucles y el cabello de Dolores comenzó a caer en cascada sobre sus hombros. Alex vio como las pupilas de ella se dilataron cuando George apartó la cabellera y depositó un beso suave en su cuello y sus propios ojos brillaron cuando a ella se le escapó un gemido suave.

… continuará.


«Puta»

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Hace falta que te diga
que me muero por tener algo contigo
Es que no te has dado cuenta
de lo mucho que me cuesta ser tu amigo
Ya no puedo continuar espiando
dia y noche tu llegar adivinando
Ya no se con que inocente excusa
pasar por tu casa
Ya me quedan tan pocos caminos
y aunque pueda parecerte un desatino
no quisiera yo morirme sin tener
algo contigo.

Algo contigo – Chico Novarro

– «Puta», le dijo al oído y le metió la lengua. Ella frunció en ceño un poco. «¿No te gusta que te diga puta?» Ella sonrió y siguió moviendo las caderas contra los muslos de él.

Siempre las ponía en cuatro y a todas las llamaba «puta» mientras las penetraba profundamente. Las respuestas eran disímiles, coloridas. Todo dependía de la mujer en cuestión. Algunas se ofendían y se revelaban, entonces tenía que amordazarlas y decirles «eres puta y bien, muévete!» Otras reían maliciosamente. Alguna se volvía loca con la palabra y él lo disfrutaba.

Lo que ninguna sabía era que «puta» era el nombre de la mujer a la que en su mente se devoraba cada noche en la piel de aquellas que recibían las cuatro letras zoquetas, pronunciadas con saña y rencor.

«Puta» era la que no podía poseer y se volvió un ritual el tenerla en la carne de todas las demás. «Puta» era la que le viraba el mundo al revés con palabras cínicas e hirientes, pero lúcidas. «Puta» era la que le provocaba erecciones sorpresivas e incontrolables con su aroma de frutas. «Puta» era la que adivinaba todo lo que estaba pensando y se lo recitaba para restregarle en la cara que era dueña de su mente y no podría sacarla ni aunque quisiera.

Y mientras él asía unos cabellos rubios y susurraba el «puta» de siempre, Ella sorbía un café y se leía un libro en la tranquilidad de su cuarto, sin apenas sospechar que un hombre, en alguna lugar del mundo, la volvía eterna con una palabra.