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Una niñita y el Fútbol…

De nada sirven mis goles si España no es campeón del mundo. 

David Villa – Sudáfrica 2010

Yo recuerdo haber puesto el tv una vez por allá por 1998 (tenía yo a penas 10 años y ya vivía en La Víbora con mi abuelita) y maravillarme al ver a muchos hombrecitos pequeños y coloridos correteando detrás de un balón negri-blanco que no se detenía. Apelé a mi padre y su sapiencia deportiva para que me dijera qué era aquella maravilla y me enteré que le llamaban FÚTBOL. Seguí mirando y descubrí también a los hombrecitos MÁS coloridos de todos – por sus camisetas rojas de listas amarillas y shores azules y por un juego que, aún sin comprender, me enamoró.

Realmente el ’98 no me aclaró muchas cosas, aún era muy pequeña y por mucho que mi papá me explicó, no llegué a comprender lo que era un «fuera de juego» o «un tiro libre».Pero la magia del fútbol me volvió a encontrar cuando tenía 14 años y cursaba el 8vo grado. Japón-Corea del Sur 2002 me sorprendió más madura y capaz de comprender el deporte que ha de acompañarme de por vida. Recuerdo que comenzaban por aquella época a implantar en Cuba las teleclases y muy convenientemente, teníamos un televisor en cada aula. No sé cuántos turnos de clases canjeamos para poder disfrutar los partidos y la excitación la calmábamos luego jugando fútbol adolescente en los pasillos de la escuela con naranjas agrias como balones. ¡Era algo ciertamente hermoso!

Mi padre emigraría a los Estados Unidos en septiembre de ese año, justo 2 meses luego del Mundial y recuerdo que pasé mucho tiempo debatiendo con él acerca de los juegos, las reglas y los futbolistas. Por aquella época el periódico Juventud Rebelde sacaba crónicas sobre el Mundial que yo recortaba y recolectaba, para futuras referencias, luego de leerlas ávidamente. Mi papá siempre fue un hincha argentino y las discusiones eran muy grandes porque él no entendía como yo podía preferir a España, siendo europeos, sobre cualquier equipo latino. No supe qué responderle, tanto el amor como el fútbol son impredecibles.

España jugaba bien en aquella oportunidad y pasó la fase de grupos como primera sin trabajo alguno, luego de vencer a sus tres rivales: Eslovenia (3-1), Paraguay (3-1) y Sudáfrica (3-2). Luego topamos contra Irlanda en octavos, empatando (1-1) y venciendo en penales (3-2). Justo después nos tocó la desdicha de ir contra Corea del Sur en cuartos, los anfitriones del Mundial. Los árbitros hicieron un papel deplorable y nos anularon el gol que hicimos y nos habría dado el pase a semifinales y la oportunidad de medirnos contra la GRANDE Alemania que quedaría segunda, finalmente. Esta infamia comenzó antes, en octavos, cuando también enmarañaron a Italia usando traquimañas parecidas y favoreciendo siempre a los coreanos.

Recuerdo que vi la final en casa de mi papá y él en ese momento ya prefería a Brasil ante Alemania, por su falso patriotismo latino americano. Yo preferí a Alemania por la admiración que sentía por Oliver Khan y la preferencia que comenzaba a desarrollar por el delantero Miroslav Klose, ambos destacados en este Mundial tan polémico. Los alemanes perdieron finalmente, tras dos goles que Ronaldo le encajó al ganador del Balón de Oro, primer guardameta que recibió este galardón en la historia de Copas Mundiales de fútbol, tras permitir solo 3 goles.

Llegó el verano del 2006 y Alemania nos trajo otra Copa Mundial de Fútbol que me encontró en un aula en el cuarto piso del Tecnológico Gervasio Cabrera Martínez, en el Cotorro. Esta vez ya yo sabía perfectamente qué era el fútbol y con 18 años, estaba más que segura de que España no me decepcionaría esta vez. Así comenzó todo y recuerdo que las discusiones en el aula eran olímpicas, no porque hubiera muchos adeptos al más universal de los deportes si no, porque todos disfrutaban verme defender lo que tan férreamente creía. Una de mis amigas por aquel entonces era fan de Inglaterra pero le daba igual cambiarse la casaca para cualquier selección con tal de mortificarme. Recuerdo que estaba en mi casa viendo conmigo y mi madre el partido en el que Francia nos sacó del Mundial y casi la saco a patadas y estuve días sin hablarle. Así de «agradable» me pone el fútbol.

Esperaba, secretamente, ganarle a Francia para luego topar con Brasil pues supongo que aquella derrota de Alemania en 2002 me dejó un rencor tan grande por los del jogo bonito que no he podido superar jamás. No tengo el dato pero creo que España y Brasil nunca se han batido en Copas Mundiales y de haberlo hecho, han de ser pocas pero me urge ver eso, me urge por una cuestión de aversión personal, jajajaja! Si admito que me quedó el sabor agridulce de la venganza cuando Francia los echó también del torneo 😀

En 2008 descubrí la Eurocopa y aunque no la seguí en su totalidad, si estuve pendiente el día de la final. Estábamos en casa de Maday (brasileña) mi novio (italiano), mi mejor amigo (argentino) y yo, que discutía una final contra Alemania, mi segundo gran amor. La luz se fue pues se acercaba una tormenta y en casa de Maday está terminantemente prohibido encender el televisor si truena, así que tuvimos que escuchar el partido entre cortes de corriente e interferencias por un radiecito decrépito que tenía mi mejor amiga. De más está decirles que tuvieron que aguantarme por días, semanas festejando mi primer triunfo y en ese momento supe que España comenzaba a escribir su historia.

El Mundial Sudáfrica 2010 me agarró en Miami junto a mi marido y en condiciones de vida difíciles. Ese fue un año de muchas tristezas y sinsabores pero durante un mes fui feliz. Recuerdo que pasé casi un mes enferma con reforzamiento en los pulmones, estuve ingresada con problemas de los riñones, comenzaron los problemas con mi papá, me quedé sin trabajo; realmente fue un tiempo muy malo pero entre reposo, fútbol y mente positiva, rebasé todo y me quedaron muchas alegrías que me regaló el fútbol.

España llegó esta vez como la favorita indiscutible por su desempeño en los últimos dos años y su reciente título como Campeona Europea. Ese primer partido contra Suiza, perdido 1-0 me golpeó la cara como una bofetada, casi despertándome del sueño que había vivido desde la Euro del 2008. Pero como cuando perdían en octavos, no perdí la fe y presencié una maravilla tras otra. Nos vi ganar a Honduras (2-0) y a Chile (2-1), pasando como primeros del Grupo H. Luego derrotamos por la mínima (1-0) a los siguientes rivales: Portugal en octavos de final, Paraguay en cuartos, Alemania en semifinales y, finalmente, a Holanda en la Final. Así España se coronó Campeona Mundial y mi fe en La Roja recibió su premio por no cejar nunca, por ser leal y por quererlos desde que no eran nadie.

Y bueno, la historia de esta Euro ya la conocen. Ya todos saben lo que ha logrado España y la alegría que me impulsa a escribir esto hoy. Ya saben que poco a poco se han ido metiendo en el grupo de los grandes y aunque aún les falte mucho camino por recorrer, ya nadie puede decir que España no es el MEJOR DEL MUNDO. Ya yo soy una mujer y sigo viendo fútbol solo una vez cada 2 años porque mi amor es tan grande que llega a ser enfermizo y no quiero que me de un infarto porque quiero seguir viendo lo que nos regala la Madre Patria, para en 40 años poder decir: «Yo amo a España desde que eran 11 pendejos coloridos correteando tras un balón y mira ahora que grandes son».


Lo que no se lleva el viento…

¡Salid de la memoria evocadora
con vuestro amor, pues tengo frío ahora!
Sabed todos que os llevo de la mano.

Vuestras sombras estallan como un mito
de vez en cuando aquí. Sois lo bendito,
hombres que me servisteis de verano.

Carilda Oliver Labra –
Hombres Que Me Servisteis De Verano

Instantes

2000 – Él, de ojos marrones, cabellos negros y una piel tan blanca y suave a sus escasos 11 años, me dejó sus labios rojos, adornados con una pequeña cicatriz en el superior.

2002 – Cabellos rubios, oro viejo y sucio, mejillas siempre sonrojadas; este me contagió de besos solo revividos en sueños pero esperados en silencio.

2003 – Otro de nariz aguileña, sonrisa burlona, aliento de cigarrillos y amistades peligrosas me convirtió a Villena y su religión, sin siquiera conocerlo; también me mostró que la vida cabe en una gota.

2004 – Quién me iba a decir que el hermanito de 14 años de un compañero de aula me sorprendería con besos y caricias de adultos en aquel banco de un parque; yo tenía 15.

2006 – Tecnológico, un 4to piso, 3er año y él me embriagaba con sus perfumes caros y me sofocaba entre sus brazos fuertes sin siquiera tocarme, susurrando barbaridades a mi oído mientras ambos nos deseábamos en silencio; nunca dimos ni un paso.

2008 – Mégano, ¿cuántas bocas en una misma noche? una, dos, tres, cuatro, cinco, seis… ya no recuerdo. Besos dobles, triples, cuádruples… pero me quedé con los de él y con su «EVIL» tatuado en los nudillos y el grifo del brazo derecho.

2009 – Honda Prelude año ’93, a 90 mph: mano, ingle, labios, dientes, piel, sudor, jadeos, lengua… semen. Pavimento bañado de lo que debieron ser seres humanos, huérfanos de esperanza a golpes de succión.

2010 – Present: Las confesiones duermen en mi y en ti.


Mi ángel de la guarda – Un pedacito de Mar

Mi ángel de la guarda.

Esta vez les dejo a la dulce (aunque de sal) Mar y a su bisabuela-tía Oliva – es decir, a la hermana de la mamá de su abuela, ¿entendieron? – quién es su angelito de la guarda. Este no es el único post que la nombra así que revisen el pedacito de mar a ver qué tesoros escondidos encuentran allí. De mi parte, sepan que es mucho más dulce y almibosa que saladita y arenosa aunque es mar, jejeje!

Disfrútenla como lo hago siempre yo.


Tema recurrente.

Lo que daría por estar ahí otra vez.

Extraño, añoro muchas cosas y todas están del otro lado del mar.

Una de las cosas que más anhelo hacer es sentarme en el patio de mi casa – que está lleno de matas de todo tipo – a disfrutar de una mañana en compañía de mi abuelita que nunca se sienta ni se cansa, atendiendo sus planticas y de mi mamá que solía coser cortes de zapatos. Recuerdo que allí conversábamos y comíamos cualquier dulce que hiciera yo o alguna chuchería que friera mi abuela; papitas, chicharritas, tostones. Era tan placentero llenarse de paz en mi patio.

Una de mis vecinas me despertaba todas las mañanas con sus gritos de barítono – si, de barítono porque tenía un vozarrón de macho agudo que aquello no tiene nombre -, envilecida y desaforada llamando a «Kevin» o a «Henry», sus hijos que estaban a dos metros de ella. También recuerdo a los negritos de al lado de mi casa que se entretenían en sonar las planchas de zinc de la cerca o planear orgías entre las tablas de su casucha – que revelaba más de lo que escondía -.

Mirando desde mi puerta - ven las matas, no? 😉

Es simpático que incluso eche de menos a las chismosas del barrio, esas que estaban de guardia a cualquier hora que uno llegara o se fuera, de pie en la acera en horas comunes o vigilando por las persianas en la madrugada.

Y no solo San Francisco y el Vedado me llaman con cantos de sirena, mi Habana Vieja me susurra entre olores a amoniaco y gritos de boteros «20 hasta el Cotorro!!!». Las callejuelas rumbo a la Catedral, las disímiles tiendas de artículos artesanales, los museos increíbles que jamás visité… aquel café. Los restaurantes del Barrio Chino, las tiendas abarrotadas aunque no hay dinero, las paradas más abarrotadas aún porque no hay guaguas.

También añoro las tardes de malecón o las noches de G, tocando guitarra con Maday, escuchando las simpáticas genialidades de Kike o los desafinados intentos de canción de Karasu. Era lindo vagar en un P2 por la Habana y sentarnos en nuestro asiento preferido, intentando arreglar el mundo o despedazarlo, ni recuerdo.

Recuerdo que tenía yo una saya de color verde olivo, de las de tela como de hilo o algo así y me encantaba ponérmela con sandalias y cualquier blusa y me sentaba donde quiera con ella. Era mi saya preferida, a veces uno se enamora hasta de la ropa. Extraño ponerme esa saya.

Me acuerdo de la Virgen del Camino para ir al Mégano oscureciendo con una jaba de galletas y un pomo de mayonesa. La arena y la parte de abajo del bikini en la oscuridad. Los juegos de adivinar películas y el chapuzón nocturno de mis amigos vigilado por mi desde lo seco, «¿dónde están? ¡contéstenme cojone!» Me ponía muy nerviosa. Dormíamos poco esas noches, si es que dormíamos algo y caminábamos de vuelta con el amanecer.

Vienen a mi mente los 3 o 4 viajes al día a la calzada a zapatear un teléfono público «funcionando» para darle un timbrazo a mi abue y otro a Maday. «Avísale a Kike que nos vamos pa’l Copellia.» La espera en la parada roñosa de San Fco dejando ir P2 vacíos – qué tiempos aquellos O.O – a la espera de los otros dos mosqueteros. El viaje de 1 hora que se hacía corto para nuestras interminables conversaciones.

Los Mosqueteros, Maday a mi derecha, Kike al frente y Karasu a mi izquierda.

No olvido los juegos de Scrabble en cualquier portal, tirados en el suelo o en el Café de G, obligados a consumir para poder disfrutar de tan intelectual placer como es armar palabras y tener dónde ponerlas. El Principito siempre en mi jolongo, el rollito de papel sanitario porque mi trasero está muy mal acostumbrado – o muy bien, en Cuba todo es subjetivo -.

La casa de la Cerveza, el cine Yara, Cinecittá, el Fresa y Chocolate y aquella descarguita con Raúl Paz mientras el morbo y la temeridad nos hizo canjear un beso a Maday y a mi por uno de nuestros sexys acompañantes. El mejor negocio de nuestras vidas. ¡Qué tiempos!

Y pensar que han pasado 3 años de todo aquello pero en mi mente todo es vívido. Sé que mis mosqueteros no han cambiado aunque han crecido y madurado, ya somos todos adultos. Mi abuelita ya no es tan altiva y mi mamá envejece poco a poco. Mi patio pare más matas y el malecón sigue ahí. El Mégano me espera y la Habana también me extraña, lo sé.


Una niñita en La Víbora – VIIII (FIN)

El primer beso que supo a beso y fue para mis labios niños como la lluvia fresca.

Federico García Lorca

Despidiéndome de La Víbora.

La escuela al campo fue divertida y me sentí muy bien, fue la primera vez que probé la independencia y adoré ser libre. No es que hiciera nada del otro mundo, como dije aún mi sexualidad no despertaba y no era de hacer locuras, pero el estar sola y a cargo de mi vida por 21 días me hizo muy bien. De todas mis amigas la única que orgullosamente no se rajó fui yo. Recuerdo que una a una todas fueron cayendo enfermas, lesionadas, cobardes… y se fueron, algunas 15 días antes, 1 semana, 5 días. Yulima se enfermó de la garganta y me dejó sola un fin de semana pero regresó para estar los últimos 3 días.

La pasábamos genial y en las noches nos reuníamos al lado de los baños a hacer cuentos de miedo o a jugar a adivinar la película. Hacíamos campeonatos de este juego masivamente, las hembras contra los varones. Me hice amiga de dos o tres muchachitas y muchachitos de mi aula que me ayudaron a pasar la segunda mitad del curso en paz y aprendí que si podía tener amigos verdaderos en la adolescencia.

Me besé con un muchacho pero solo por besarnos, no sentía mucho, era raro de hecho. Me hice noviecita de otro pero no le besé. Mi papá se enteró y casi me saca a rastras del campamento. La preocupación de mi padre por mi virginidad era tal que a veces pienso que de no haber emigrado a los estados Unidos cuando yo tenía 14, sería virgen aún o me habría desheredado – probablemente la segunda porque nunca lo dejé controlar mi vida sexual, mi sexualidad era mía y por eso bastantes broncas tuvimos -.

La escuela al campo también me dejó heridas de guerra. Recuerdo que la primera semana hizo el frío más crudo que he vivido y la temperatura bajó tanto que aún me duelen los dedos al recordarlo. Estábamos en provincia Habana y allí es donde más frío se siente en mi tierra. La segunda semana la temperatura subió mucho y supongo que el cambio de ambiente fue lo que acabó con muchos de nosotros. Yo perdí la voz completamente por muchos días. Al llegar el primer domingo mi papá quiso llevarme para la Habana porque yo tenía catarro. «¡Que no!» fue mi única respuesta y él se marchó encabronado.

Después fue el esguince doble en mis dedos del medio y anular de la mano derecha. Lo que hacíamos allí era desyerbar boniato y papa y arrancando hierba mala me lastimé ambos dedos. Recuerdo que no podía cerrar esa mano y me dolía muchísimo, mis dedos parecían chorizos. Mi papá quiso entonces llevarme de vuelta porque iba a perder los dedos. «¡Ya te dije que no me voy!». Otra vez el insulto. La última semana fue lo del noviecito y le dejé bien claro que no me iría hasta el último día. Se fue muy bravo pero me quedé.

Ya de vuelta y cercano al incidente con la profesora de Física, estaba yo un día en el patio interior de la escuela cuando dos muchachos comenzaron a coquetear conmigo y una amiguita del aula – bueno, la salsa era conmigo pero como ella estaba ahí-. Ambos eran el sueño de cualquier adolescente aunque cada uno era hermosamente único e irrepetible.

Leonel era trigueño, fuerte, un año mayor que nosotras pues había repetido un curso; era un sueño pero era un bruto y un rega’o. Alberto era blanco y de cabellos rubios oscuros, ojos azules como el mar revuelto y el porte de caballerito medieval; era muy inteligente y además, hijo de la profesora de Física O.O

Ni sé cómo me enredé con Alberto pero si recuerdo que él me dio mis mejores besos – hasta hoy – y conocí lo que es «mojarse» de excitación. Nos besábamos durante largos minutos, sin separarnos, degustándonos hasta la saciedad. Nos íbamos al patio trasero o por el laboratorio de Química y nos besábamos sin descanso. No pasamos de eso y esa fue la razón de que me dejara por otra chica de otra aula que seguro ya hacía muchas más cosas que yo.

Fue un enamoramiento furtivo y experimental que me dejó los mejores besos de mi vida y el hambre por obtener más. Comenzaron a gustarme otros muchachos pero no llegué a nada con ninguno pues mi papá estaba al irse de Cuba y yo no tenía cabeza para nada de eso. Mi inexperiencia era tal que no sabía como manejar las situaciones.

Unos meses después Leonel me confesó que estaba enamorado de mi y se peleó con Alberto por jugar conmigo y la otra muchacha. Nos hicimos amigos pero nunca pude verlo como pareja, supongo que desde ese tiempo ya iba comprendiendo que no me excitan los hombres brutos, por muy lindos que sean. Una tarde discutimos por alguna bobería y me fui muy molesta de la escuela. Vino el fin de semana y el próximo lunes hubo una marcha, ni me acuerdo por qué. Toda la escuela se fue para el evento y a media caminata una maestra nos informó que Leonel había tenido un accidente la tarde anterior yendo para la casa de su papá que casualmente vivía en el Cotorro. Él  iba en bicicleta y un camión lo chocó. Cayó de cabeza contra el piso y aunque lo llevaron al hospital, no sobrevivió la noche.

No nos dijeron nada porque sabían que nadie iría a la marcha de saberlo; a Leonel todo el mundo lo quería. Yo me pasé días llorando sin consuelo, me sentía tan culpable… La última vez que lo vi vivo discutimos y murió sin saber que lo quería mucho. Me sentí decepcionada de la vida, de la escuela, del engaño que funcionó para que no pudiéramos ir a verlo. Esa fue mi última marcha, mi último «acto revolucionario». A partir de ahí mandé todo a la mierda y más nunca me dejé usar por el sistema; me habían traicionado bajamente. Con el tiempo superé lo de Leonel aunque nunca me atreví a ir al cementerio. Supongo que aún me siento culpable de haber peleado con él.

Mi papá preparaba su salida del país y me pidió que pasara las vacaciones en su casa y así lo decidí.

Y así se acabó el 8vo grado, dejando atrás mi último gran problema, mi última pelea, mi primer beso húmedo, los primeros amigos, la primera pérdida, el fin de mi niñez y el principio de mi adolescencia.

– FIN –


Al fin un parque…

Considera en cada placer no cómo comienza, sino cómo termina.

Marco Tulio Cicerón

Si me permiten… un poco de hedonismo.

Hablando de hedonismo, hay placeres en la vida que son simples pero para mi, completamente enviciantes.

Llevo 3 años en los Estados Unidos y nunca había visto un parque. Para nosotros un parque es un espacio – donde generalmente antes hubo un edificio que se derrumbó, jajaja! – que casi siempre tiene áreas verdes, sea césped, árboles o alguna que otra decrépita matica. Nuestros parques se caracterizan también por tener farolas o postes de luz – que los vándalos desbaratan para beneplácito de nuestros enamorados locales -, alguna estatua, lo mismo de un mártir de la patria que de un local que hizo algo o cualquier bobería que se lo ocurrió a alguien poner. Pero lo fundamental de nuestros parques ‘caballero’ (forma del lenguaje cubano para referirse a dos o más personas que hacen de escuchas cuando uno habla) son los bancos – que faltan en muchos pues la creciente pasión por el diseño interior de nuestras amas de casa hacen de nuestros hombres unos bandidos que, segueta en mano, se llevan lo que sea de donde sea para poner en el patio interior de la doña -, de hierro con tablones de madera.

Si se fijan usé la palabra parque sombreada con negrita para referirme a los nuestros. En este país un parque es una reserva como el parque Amelia, un parque de diversiones comoo los de Disney World o un parque temático como el Santa’s Enchanted Forest que se hace aquí para las navidades. Los parques de nosotros aquí no se ven, al menos no en Miami.

Ayer estuve caminando por una parte del Downtown con una amiga, buscando algún lugar para que ella bebiera – yo no tenía el día para Margarita – y contarnos todos los chismes atrasados. Encontramos un lugar muy placentero y allí nos quedamos. Era una parcela de hierva inmensa, atravesada por un caminito de ladrillos para caminantes y en uno de los costados tenía banquitos y farolas, a lo cubano. Por supuesto, renunciamos a la bebida por el aire libre.

Nos sentamos allí y yo reposé mi cabeza mientras escuchaba los sonidos de la tranquila tarde de ciudad y miraba a mi alrededor, recordando mi Cuba y sus parques. El viento me despeinaba y yo miraba al cielo. La gente paseaba a sus bebés – niños en coches o perritos con arneses – y se sentía el olor a comida de todos los restaurantes que nos rodeaban. Era como estar en la cima del mundo.

Me sentí bien, esa zona es súper chic pero a la vez muy tranquila. Hay muchos comercios y restaurantes con swing, no como los cuchitriles de otras zonas de Miami y Hialeah. Eso allí es América y lo disfruté. Puede parecer una sencillez pero para mí, el lugar influye en el ánimo y si estoy en un sitio que me transporta a mi Habana, pues me siento bien.

No sé por qué, pero me imaginé con mi cabeza en su hombro, allá en aquel parque que fue nuestro por una tarde, entre vendedores, artesanos y libros. Estuve en mi Cuba otra vez por una tarde.


Una niñita en La Víbora – VIII

El conflicto entre la necesidad de pertenecer a un grupo y la necesidad de ser visto como único e individual es la lucha dominante de la adolescencia.

Jeanne Elium

Lo malo de 8vo grado.

Esta vez fue Marian quien cayó en la nueva aula conmigo y se suponía que seríamos las mejores amigas… se suponía.

Recuerdo que al comenzar el 8vo grado fue que me afeité las piernas por primera vez, comencé a ir a la peluquería todos los fines de semana a que me hicieran rolos y torniquetes que me dejaran el pelo amoldado e hidratado. Supongo que ahí fue que comencé a ser una señorita, una adolescente, una mujercita. Antes no me había preocupado nunca por cosas como arreglarme las uñas o pintarme los labios pues era una niña y tenía necesidades de niña. Mi padre me siguió llevando a la Feria del Libro y seguí leyendo muchísimo; eso me ayudó a madurar.

 En esta nueva aula de gente rara y hordas de brutos me sentía algo fuera de lugar pero me adapté. Después de pasar por aquel infierno el año anterior, nada podría hacerme sentir mal… o eso pensaba yo. Enseguida Marian se unió a las demás muchachitas del aula y les contó de mi amor por Daniel y una de ellas, la «alpha» del aula, se ofreció a ayudar. Fue ella, de hecho, quien le dio el famoso chismógrafo a Daniel para que lo llenara.

Realmente no recuerdo cómo ni por qué esta muchacha comenzó a hacerme la guerra y no entiendo por qué Marian, siendo una muchacha tan buena, se alió a ella. El caso es que me molestaba a diario y era un infierno, los ataques eran constantes y la envidia a la que estaba sometida no me dejaban en paz. Yo fui muy agresiva en mi niñez más temprana por lo que veía en mi casa pero mi personalidad se había tornado suave, era más diplomática que violenta para esas fechas.

Fuimos a la escuela al campo y recuerdo que ya el chantaje era mucho, me robaban la comida e incluso se la comían en mi cama, dejando la suciedad allí. Mis padres se enteraron de los problemas y fueron a hablar con los de ella; casi se arma en la guagua pues ellos reaccionaron muy mal educadamente y mis padres son de armas tomar también. Al final no pasó nada pues la maestra que estaba al frente de nosotros en el campamento era otra desfachatada, chusma y bandolera como aquel grupito de adolescentes insufribles.

Al regresar la hostilidad empeoró. Hubo un incidente que me ganó la admiración de una buena profesora y hasta un nuevo amor. Les dio a los diablos uniformados de mi aula por echar «flor de peo» en todas partes. Así se le llamaba a la flor de un árbol inmenso que al abrirse olía a flatulencia y para mi el olor era insoportable. Siempre he tenido un olfato delicado y agudo y ese olor me atormentaba. Mi aula era incontrolable y ni los profesores podían ponerle correctivo a los muchachos.

Una vez pusieron estas flores en mi mochila y casi me da una cosa. No sé de quién fue la idea pero ese día me jodieron bastante y no supe quien fue así que no pude resolver el problema. Un día en clase de Física era insoportable el olor y yo no podía parar de quejarme y la profesora, encabronada por todo me dijo que si no me gustaba el olor podía irme. Cuando me dijo eso cogí un insulto y me levanté, salí por la puerta como alma que lleva el diablo, dando un portazo que aún debe resonar en las tardes de 10 de Octubre. Caminé irascible hasta donde vivía mi mamá, como a 15 cuadras de la escuela pero ni me lo sentí; así era la rabia que me consumía.

Al llegar mi mamá dormía pues en ese tiempo hacía guardias de noche, pero al verme llegar roja de ira y de llanto se despertó y escuchó mi historia. Me sentí tan humillada, tan ofendida. Supongo que esa fue la primera vez que fui consciente de la «injusticia» que impera en el mundo. ¿Cómo aquella profesora desgraciada iba a decirme que me fuera del aula a mi, por mucho la mejor estudiante del aula? Simplemente por no tener los pantalones de poner orden. Uffff! Mi mamá se vistió y regresó a la escuela conmigo. Yo esperé fuera mientras ella hablaba con la maestra.

No recuerdo qué le dijo ni qué respondió la profesora, solo sé que mi mamá fue muy lógica y respetuosa, pero no dejó de ponerla en su sitio por eso. Entré al aula y mi mamá se fue. En la próxima clase yo era monitora de Física y la profesora me tomó mucho afecto después de aquello; sin dudas yo era la mejor del aula.

La cosa con Lizzy, la chiquita esta que me molestaba, llegó a su fin un día que ensucié una silla con los pies y resultó que «era su silla», cosa que no era cierta pero evidentemente ella ya no soportaba más. Me esperó a la salida de la escuela y nos enredamos a los golpes. Me mordió un brazo dejándome una marca que me duró unos años, recordando la rabia que le tenía. La marca desapareció con el tiempo al igual que mi odio por ella.

En la escuela se enteraron de la bronca, llamaron a nuestros padres, a otras niñas del aula que eran «testigos», intentaron ponerme como la mala pero mi conducta, mis calificaciones y mi manera de proyectarme fueron más que suficientes para probar mi inocencia. Su bajo nivel, su chusmería y sus notas mediocres la dibujaron como la adolescente revoltosa y busca pleitos. Todo quedó ahí y aunque la hostilidad nunca se fue, los problemas si.

Hace 3 años antes de venir para acá, la vi con un muchacho en la cola de Cinecittá, detrás o delante de mi y mis amigos. Sentí deseos de patear su cara por un instante pero recordé que tenía 20 años y que ya no sentía nada.


Una niñita en La Víbora – VII

Siempre he tenido la sensación de que todos estamos más o
menos solos en la vida, sobre todo en la adolescencia.
Robert Cormier

Todos odian a Yesi.

Al terminar la primaria nos ubicaron basándose en nuestras direcciones. Yo vivía en la esquina de Carmen y Saco y en esta última, bajando tres cuadras, estaba la Primaria-Secundaria-Teatro Mariana Grajales. La Enrique José Varona, a donde fue Daniel pues vivía a una escasa cuadra de distancia, quedaba bajando por Carmen a tres cuadras también. Allá me fui con Yulima y Marian, una muchacha que conocí en 4to grado junto a Thais en esa misma escuela y ellas fueron mis «amiguitas» por ese tiempo.

No sé si ya les conté que la Mariana era la secundaria de la high-life y que cada chiquill@ engreíd@ – posteriormente adolescente y joven cretin@ – de La Víbora iba a parar allí. De esta etapa no recuerdo bien los nombres ni el grupo, solo recuerdo detalles desagradables y malos momentos; el cerebro olvida lo que le hace daño, supongo.

Yo siempre he sido diferente y ya hablé de los episodios de «todos odian a Yesi» que me han perseguido desde pequeña. El primero que recuerdo fue en san francisco – 3ro o 4to grado – cuando todas las niñas del aula se pusieron en mi contra y formaron «el grupito de la Chiqui» pues había una niñita muy bajita que era la líder o algo así. Todo fue porque me hice noviecita de un muchachito muy cotizado – noviecitos de nombre nada más – y él quería también con otra muchachita que andaba en ese grupito. El caso es que yo terminé con el chiquito pero me quedaron de enmigas las niñas, qué suerte la mía! Después de eso sucedió lo mismo cuando Daniel aunque la hostilidad allí se practicaba más diplomáticamente.

El tercer suceso y el peor fue en 7mo grado. Recuerdo que en esa aula habían algunos muchachos muy insoportables, detestables, abominables: Alejandro, Dennis y David. Alejandro era chiquitico y feo como el co*o de su madre y rubio pelado a la calabacita pero ya tenía esa expresión en la cara de delincuente juvenil aún proviniendo de una familia apoderada; era todo un déspota. Dennis era muy blanco y de pelo negro, gordito y apingustiante! Un día mis padres fueron a hablarle porque el acoso era constante y descubrimos que lo que tenía era un flechazo conmigo. Di tú! La edad de la peseta puede ser mortal a veces. David era alto, de nariz aguileña, bien parecido, un poco menos inmaduro que los otros pero cuando se unían era una catástrofe.

Recuerdo que les daba por prender alcohol bajo las mesas y lanzar por las ventanas a los carros que pasaban por Santa Catalina, condones llenos de agua u orine y tablas de las mesas que despedazaban. Eran despreciables pero no solo ellos, las muchachas también. Supongo que me chocó el cambio de primara a secundaria, de niña a jovencita. Las niñas del aula de Maritza eran muy coquetas pero eran niñas aún. Estas muchachas de 7mo grado se creían mujeres hechas y derechas y pretendían actuar como tal.

En este grado me odiaron de gratis pues seguía enamorada y soñando con Daniel – cosa que solo Yulima sabía – y no tuve ningún amorío así que no podían odiarme por un muchacho… creo. El caso es que el ambiente era opresivo y ese año no disfruté muchas cosas. Recuerdo que me refugié en los libros, la televisión, la música y los estudios. Siempre estaba leyendo y eso era algo que esa horda de adolescentes maleducados no podían perdonarme. El ser inteligente y hermosa – aún con mi físico de niña ya que vine a usar sostén a los 14 años – era un pecado capital en esa dinastía casi salida de un parvulario.

Este año me hizo más callada y me recluí en mi interior. Comencé a madurar. Pasaba mucho tiempo en la sala de la casa de mi abuelita, rodeada de libros y libretas. Allí comía, allí jugaba, allí estudiaba, solo me iba a la cama a la hora de dormir. Escribía poesías sin parar y escuchaba mucho a Cristian Castro y Mónica Naranjo mientras aún lloraba a Daniel. Dibujaba e inventaba revistas, hacía cuquitas y soñaba que aquella no era mi vida.

También fue una etapa difícil porque estaba sola con mi abuelita. Mi mamá no vivía conmigo y la veía muy poco, su nueva ocupación era su esposo y la dependencia que tenía de él. Mi papá venía a verme entre semana y me llevaba a comer y a las tiendas, me compraba muchas cosas pero estaba muy ocupado cayéndole detrás a mi mamá y no me daba la verdadera «atención» que yo necesitaba. Mi abuelita hizo lo mejor que pudo y me mantuvo a flote, no me dejó caer.

Terminando el 7mo grado fue mi hermano a Cuba por primera y única vez. Mi papá hizo en dos semanas lo que no hizo en mis – hasta ese momento – 13 años. Puso ventanas y puertas de hierro y zinc galvanizado, pintó la casa y les dijo que no se preocuparan que él los iba a mantener los 15 días que estuvieran en Cuba – iban mi hermano con su madre y la otra hija de ella -. Yo estaba en pruebas finales y me recuerdo sentada en la puerta cerrada de mi casa, con mi uniforme y mi mochila al hombro, acabada de llegar sola de La Víbora, leyendo un libro para la prueba del día siguiente mientras esperaba por la familia feliz que no llegaba. Así y todo salí muy bien en las pruebas aunque no hubo química con mi hermano.

Él tenía 18 años y aunque su hermana era apenas unos meses menor que yo y se llevaban de los mejor, entre nosotros no se creó ni el más mínimo vínculo de afecto. Yo era una niña y no entendía por qué mi papá andaba detrás de ellos – se quedaron en casa de unos amigos suyos a dos casas de la de mi papá y mi hermano estaba medio enamorado de la hija de esos vecinos y no quería estar en mi casa – y quería que yo hiciera lo mismo. Yo todos los días iba y alquilaba de 5 a 8 películas y las devoraba frente al televisor. Me volví una adepta del cine y vi todo lo que estaba a mi alcance. El paso de mi hermano por mi vida fue intrascendente y así el 7mo grado se acabó, llevándose todas sus penurias consigo.

Pero vino el 8vo y fue aún peor.