Es verdad guardo rencor en mi corazón muy profundamente, pero el amor ha aprendido a cohabitar con él.
Luis Gabriel Carrillo Navas
¿De dónde nace el rencor?
He estado buscando por toda la web textos referentes al «rencor» y en ninguna parte dice nada concreto solo las ideas y palabrerías de mucha gente que no tiene bases científicas para nada de lo que dice. Según la RAE:
rencor.
(De rancor).
1. m. Resentimiento arraigado y tenaz.
Como no tengo referencias de entendidos en el tema para apoyarme, me limitaré a reflexionar sobre mis propias impresiones y con ellas exhortar al debate y así con mis impresiones y las de ustedes, tal vez lleguemos a algo más concreto.
A mi modo de verlo el rencor está siempre asociado a gente que queremos o solíamos querer – pero a mi no me crean todo lo que digo -. Muchas personas le guardan rencor a sus familiares más cercanos, ejemplo, los padres. Conste que no generalizo y que me baso en mis propias y personales experiencias.
Desde pequeños nuestros padres tienen el deber de ayudarnos a formar nuestra personalidad. Tienen que amarnos, cuidarnos, alimentarnos, vestirnos, educarnos y otros tantos deberes como ya dije, morales. Nadie está preparado para ser padre cuando le toca así que no todos hacen un papel estelar. También está el egoísmo que nos caracteriza a los hombres y entonces, incluso cuando tenemos los mejores padres del mundo, podemos no reconocerlo y esperar algo diferente de ellos. Como hija que soy, estoy consciente de que podemos guardarle rencor merecido e inmerecido a nuestros padres, por ser los mejores, los peores, regulares, normales o por cualquier motivo desconocido gracias al misterio de la psiquis humana.
No puedo decir lo mismo de los padres con respecto a los hijos pues aún no soy madre y mi manera de ser me condiciona mentalmente a creer que ningún padre podría llegar a sentir rencor por lo único que es un poquito suyo: un hijo. No me cabe en la cabeza que el único fruto de tu interior pueda merecer o tan siquiera inspirar algo tan doloroso y corrosivo como el rencor. De nuevo, no soy madre y esta es mi manera de pensar pero puede suceder que me equivoque. El ser humano es un animal la mar de raro.
Sentimos rencor hacia nuestros hermanos mayores por haber venido primero y por tener nosotros que seguir su ejemplo, superarlos, aguantar que nos sopapeen o nos guíen, creyéndose segundos padres y siendo siempre los número uno. Le guardamos rencor a nuestros hermanos menores porque son los pequeñitos, los que no saben, los que deben ser cuidados y educados por nosotros, a los que hay que servirle de ejemplo en la vida, los que dejan a nuestro cuidado cuando nosotros mismos aún somos niños. Ese chiquitín llega a robarse el amor – hasta hacía muy poco exclusivamente nuestro – de nuestros padres y hasta los caramelos.
Así podemos sentir rencor por cualquier miembro de la familia y por razones disímiles, sobre todo cuando el vínculo emocional que nos une es mucho más fuerte que el de sangre mismo. Así nos resentimos con primos, tíos, abuelos, hermanos, padres e hijos – si estoy equivocada -.
Otro que también desata el rencor es nuestro amigo, ese que nos ama y a quienes amamos muchísimo y tenemos la bendición de hacerlo porque así lo escogimos y no por estar programados genéticamente para hacerlo. Ese buen amigo también nos provoca rencor de vez en cuando aunque generalmente de todo el gremio familiar – los amigos son tan o más familia que la propia familia – es el que menos ponzoña nos hace soltar, precisamente porque lo escogimos y si lo escogimos, por algo fue. Los amigos son esos hermanos que escogimos porque son perfectos para ser el amor de nuestras vidas pero entre ellos y nosotros no hay suficiente morbo como para tener una relación carnal. Aleluya! me quedé vacía con esta reflexión! 🙂
Y así llegamos a ese/esos ser/seres que más morbo… ejem! rencor era el tema, no? anjá! el ser que más rencor puede desatar en cualquier ser humano y denominémoslo AMANTE para no caer en que si novio, amigo complaciente, pareja, esposo, marido, prometido, chulo y entonces hay que darle la vuelta para complacer a los hombres y vamos con chula, prometida, mujer, esposa, pareja (este me gusta porque it fits everybody o.o), amiga complaciente, novia y mil formas más de llamar a esos bichos tan adorables una vez y tan ·!»$%%·»·$!!·»$%&&(^P=)/&%» en su momento dado. Ufffffffff! 🙂
Decía que un amante es el ser más adorable pues al enamorarnos (y vamos a hablar del amante al que amamos no al amante al que solo nos pasamos por la piedra – léase templamos, fornicamos, cepillamos o como mejor lo entiendan – esa persona se vuelve el centro de nuestro mundo. He aquí los síntomas del enamoramiento, según Wikipedia:
- Intenso deseo de intimidad y unión física con el individuo (tocarlo, abrazarlo, relaciones sexuales…)
- Intenso deseo de reciprocidad (que el individuo también se enamore del sujeto).
- Intenso temor al rechazo
- Pensamientos frecuentes e incontrolados del individuo que interfiriendo en la actividad normal del sujeto puro.
- Pérdida de concentración.
- Fuerte activación fisiológica (nerviosismo, aceleración cardíaca, etc.) ante la presencia (real o imaginaria) del individuo.
- Hipersensibilidad ante los deseos y necesidades del otro.
- Atención centrada en el individuo.
- Idealización del individuo, percibiéndo sólo características positivas, a juicio del sujeto.
Entonces, con esa sensación de constante high que denominan los científicos como euforia – a mi me gusta más llamarlo high pues es casi el mismo efecto de estar drogado y perdido pero de amor – solo vemos lo bueno e increíble que es nuestro amante y todo es perfecto y los colores de nuestra vida se vuelven primaveras y los pajaritos cantan y las mariposas anidan en nuestro estómago y somos felices. «Just a touch of yours and I fly» como dijera Lara Fabían en You’re not from here. ¡Qué cursi! jajajajaja!
Claro que este idilio nos dura mientras que esa otra persona nos quiera de vuelta y no haga de las suyas. Hasta ese momento todo es perfecto pero al más mínimo acto del individuo que nos hiera – no que nos moleste o cabree, eso se pasa rápido, no, no… que nos hiera, que duela en el corazoncito – entonces ese ser adorable y propietario de remolinos de mariposas de colores y de cantos de pajaritos y de olores y sabores mágicos a caramelos se torna el (//$!%·=%$!»·&%&/(«·$%&/ MÁS GRANDE SOBRE LA FAZ DE LA TIERRA Y QUEREMOS MATAAAAAAAAAAAAARLO POR )=!$»·!»·$»·(%/&%/(=?=(
Bueno, a ver, es por etapas claro. La primera vez que nos hieren es la que más aguda se siente en el corazón pues es el primer pinchazo y ahí nuestro ideal de individuo se nos muestra finalmente como humano y no divino. ¡OH! ¡Qué insulto a nuestro juicio! Y comenzamos a odiarnos a nosotros mismos por creer que ese cretino (ya basta de /%&$%»)=»% que cansa) era un ser especial, digno de nuestros suspiros y pensamientos más dulces. Entonces sufrimos nuestra primera decepción y he aquí otra gran reflexión que se me acaba de ocurrir y me ha dejado más vacía que la anterior:
Cuando sufrimos la primera decepción, ahí comienza a derrumbarse la relación.
Por supuesto que ese no es el tema ahora, pero solo acotaré que cada relación es distinta y el tiempo de derrumbe puede durar minutos, días, meses, años y hasta toda la vida. Te puedes morir y quedarse la relación aún pendiente de un hilo cuando ya tu eres comida de gusanos. Como sea, sigamos con el rencor.
Esa primera decepción es altamente perdonable pues los seres humanos somos fanáticos al perdón y devotos del masoquismo sentimental. Entonces viene él y te dice que te ama, que lo perdones, que todo lo que han vivido no puede irse por la borda y te regala flores, te compra una cómoda, te pinta el cuarto, te hace el mejor amor de tu vida – te tiempla como nadie te ha templado antes pues eso del «mejor amor de tu vida» suena a todo menos a motherfucking GOOD sex – y te lleva a comer, te deja exprimir una tarjeta de crédito, te da una sorpresa o simplemente te textea un «mi reina», «mi amor», «mi tuti» o cualquier guanajería de esas que tanta revoltura de estómago nos da con la cabeza fría pero que nos derrite cuando viene del amante/cretino que adoramos/tenemos-ganas-de-roper-en-pedazos. Entonces le damos un beso de esos demorados, amorosos que dicen «quédate siempre conmigo» y olvidamos el incidente.
Y ahora perdonen mi cinismo pero, la vida no es color de rosas y mis segunda reflexión fue aún más certera que la primera y como ya quedó claro, la relación comienza a resquebrajarse. Y él comienza a cagarla más a menudo y a usar todo su repertorio en materia de reconciliaciones y tú de tonto sigues sufriendo y perdonando, él te hiere y tu lloras/perdonas… de nuevo te hiere y tu lloras/gritas/pataleas/borras-su-número-o-no-le-hablas-en-dos-días si es tu marido/perdonas… y el ciclo es eterno y las posibilidades infinitas y se vuelve un círculo vicioso en el que dicen que cada reconciliación es mejor que la anterior y que el sexo de reconciliación es AWESOMEEEEEE! – a mí no me crean, yo no sé, nunca he tenido sexo de reconciliación, si reconciliaciones y sexo, pero nunca mezclados, so… – pero mientras el palo va y viene, la relación se ha ido por el caño y llega el día en que ya no hay remedio.
Ese amante que un día fue ideal es el mayor cabrón de la historia y no puedes tenerlo delante porque LE RAJAS LA CABEEEEEEEEZA AL CONDENA’O! y fin de la historia feliz. No me voy a detener en reflexionar sobre esos que llegan a construir un hogar/matrimonio/familia e incluso tienen hijos porque entonces escribo una novela y no un post. Para ellos ha de ser incluso más difícil y el rencor les hierve en el estómago cada vez que el desgraciado viene a buscar al niño los viernes y lo trae el domingo. ¡Qué horror!
Bueno, luego de tan entretenida verborrea a cerca del rencor y de dónde nace, me queda claro que no sabemos de dónde nace pero las causas pueden ser las decepciones y las mayores víctimas los amantes.
Interesante, cierto?
PS: no me fajé con el Tuti y si usé alegorías fue para hacerlo más simpático, la idea era esa, reírnos… lo logré? lo mío es el erotismo no el humor pero se hace lo que se puede 😀